sábado, 9 de noviembre de 2013

Zenitud

En Quebec no se sale tanto de bares como en España (bueno, sospecho que, en los tiempos que corren, en España ya no se sale tanto como en España). Sí, hay bares, pero no tienen ese papel social de sala de asambleas-anexo al salón de casa-discoteca-guardería-restaurante. Son sitios en los que se bebe alcohol. Y punto. No se permite la entrada a los niños, y si uno quiere un café, o comer algo, tiene que irse a una cafetería (que aquí se llaman café). 

Lo del clima probablemente es uno de los motivos por los que la vida social transcurre bastante en casa. Los jóvenes salen y son tan juerguistas como los de cualquier otro país, en los bares se liga como en los de cualquier otro país, pero una vez que una ha pasado los treinta y cinco, se ha emparejado y ha contraído una hipoteca , una noche de noviembre a cinco bajo cero tendrían que arrastrarme atada a un par de caballos salvajes para hacerme salir, no de casa, sino simplemente del pijama. 

Así que se invita a los amigos y familia a cenar, y ellos te invitan, y uno puede tener una vida social al calor de la chimenea y en zapatillas de peluche. Esto sí que es un país civilizado. 

Por eso esta noche vienen a cenar Flaming-Hot-Sister-In-Law, de la que os hablé hace milenios, y que tras dos intentos fallidos empieza a desesperar de que exista un hombre para ella, y la Walkyria, de la que quizá no os he hablado aún. La Walkyria es la hija de Monsieur M. (sí, soy una malvada madrastra), un metro ochenta y ocho centímetros de mujer, con unas piernas que le empiezan a la altura de las axilas, un busto que mucha gente envidia lo bastante como para pagarse uno igual a plazos, una cara de modelo de lencería y un carácter extrañamente idéntico al de su padre, salvo por lo de la zenitud y lo de eliminar el apego (ella es bastante zapatoadicta). Vamos, como un camionero con la pinta de una portada del Sports Illustrated. Le gustan cosas como conducir excavadoras y quads, jura como un carretero borracho, suelta unos eructos más sonoros que los de su padre y lleva unas uñas y pestañas postizas que hacen que el contraste sea aún más sorprendente. La Walkyria afirma que no encuentra un novio que le dure porque los tíos de su edad son todos unos inmaduros, yo no dudo de su criterio, pero creo que probablemente cualquier tío debe de tener serias dificultades para mantener una erección junto a una amazona semejante. Creo que los aterroriza. Yo cuando sea mayor quiero ser como ella, pero ya empieza a hacérseme tarde. Me sobran años y me faltan centímetros. Muchos. 

El caso es que esta noche tenemos invitadas con sólidos apetitos estimulados por los desengaños amorosos, y yo tengo una pila de redacciones por corregir, de mp3 de mis alumnos por escuchar y otras cosas varias que me obligan a decirle al Ejecutor (Monsieur M.) que va a tener que ponerse las mallas de superhéroe y esta cena va a tener que currársela él solito. 

Esta mañana, a unas horas del evento, lo veo tranquilo, tomándose el segundo cafecito y leyendo el periódico en el mostrador de la cocina y le pregunto ante la puerta abierta de nuestro semidesértico frigorífico, sospechosa: 
-«¿Qué vamos a cenar esta noche?» 
Monsieur M.: -«Pollo.»
Esposa Trabajadora: -«Ah. ¿Y qué más?»
Monsieur M., tomando otro sorbito de café, sin levantar la vista del periódico: -«Pollo.»

Rectifico: en mi próxima vida no quiero ser la Walkyria, quiero ser hombre.