sábado, 16 de febrero de 2013

Nutella casera antidepresiva


Queridos lectores: si os portáis bien, un día os contaré cómo nos conocimos Monsieur M. y yo. Por el momento, y para entrar en contexto en la receta de hoy, os basta saber que el hecho de que yo viva en Quebec, Canadá, a dos kilómetros al norte del quinto pino, se debe principalmente a las feromonas. Podría intentar ser más refinada y decir que cuando me tropecé en el camino (literalmente) con mi quebequés de marido, ese homérico hombretón que es grande, zen, y que ha eliminado el apego, sentimos una conexión espiritual profunda, nuestras almas se reconocieron, blablabla, pero lo cierto es que soy bastante cartesiana y creo más bien que el encontrarnos en un contexto en el que ambos estábamos sucios, sudados, y no disponíamos de ningún desodorante y tan sólo de una muda limpia para cambiarnos (muda que dosificábamos con gran parsimonia), probablemente creó un remolino de feromonas que fue el culpable de que ahora yo esté aquí, helándome el trasero seis meses al año. El que yo no hablara francés en la época y él tampoco supiera una palabra de español, y ambos chapurreáramos un inglés aproximativo, debió de ayudar a que las feromonas cumplieran su misión. Cuando no entiendes un pimiento de lo que te está diciendo el hombretón frente a tí, tiendes a fijarte en los detalles: mandíbula viril, hombros anchos como una pala mecánica, ojitos soñadores... ya véis por dónde voy. Cuando un día Monsieur M. se ofreció a lavarme los calcetines en un arroyuelo (suena a madrigal, pero es totalmente verídico), terminó de ganarse mi duro corazoncito. Así que nos enamoramos, nos separamos temporalmente, nos reencontramos, yo emigré, cohabitamos, nos casamos muy a mi pesar, contrajimos una hipoteca -y después otra-, nos mudamos al campo y hasta hoy.  Vivimos felices y comimos muchas cosas, la mayor parte de entre ellas cocinadas por mí.

Recuerdo que la primera vez que me estrechó entre sus brazos de oso yo susurré sin aliento: -«Llévame lejos». Os recomiendo vivamente que tengáis mucho cuidado con lo que susurráis cuando estáis sin aliento, porque, caray, vale lo de irse lejos, pero es que me llevó al norte del paralelo 50.

Ahora, una vez asentados en el Quebec bastante profundo, una vez terminada la mudanza (aún nos quedan cajas por abrir, estamos pensando en donarlas tal cual sólo por no tener que ordenar lo que haya dentro) y la pintura de Muffin Manor, sólo queda mirar el invierno por la ventana. Dicho así suena muy lírico, pero si tenemos en cuenta que llevamos desde noviembre a temperaturas bajo cero y viendo nevar, que en enero hemos pasado un par de encantadoras semanitas a treinta y tantos bajo cero, pues llegado mediados de febrero cada vez que me pongo la parka a las seis de la mañana para rascar el hielo del parabrisas de un coche gélido en el que tengo que ir a trabajar, tengo ganas de agarrar una escopeta de postas y emprenderla a tiros con la parka, las botas, las manoplas y el coche.
 
Ayer nos cayeron quince centímetros -más- de nieve, que fueron a apilarse sobre el metro diez que rodea Muffin Manor, y todo eso a finales de abril aún no se habrá fundido del todo. Mientras nieva a grandes copos (a copones, que diría mi amiga María Fernanda y olé) corrijo pilas y pilas de redacciones. Una sabe que empieza a estar cansadita del invierno cuando se apresura a incorporar a la lista de Monsieur -que se va al súper- la Santa Trinidad para combatir el blues del invierno: Nutella, Oreos y Cheetos. La Nutella a cucharones no será muy sana, pero siempre es mejor que una botella y media de vodka. O emprenderla a perdigonadas con el guardarropa invernal.



Esta receta es el producto de varios intentos de hacer Nutella (o algo que se le parezca bastante) en casa. ¿Por qué? Si bien es cierto que algunos productos en su versión industrial nunca podrán ser sobrepasados por una versión artesanal, el problema principal de la Nutella es el aceite de palma que contiene. Este producto perverso y adictivo sería mucho menos perverso si estuviera elaborado con una grasa más cardiosaludable. Mi receta no contiene más grasa que el aceite natural de las avellanas, y está edulcorada con sirope de arce, mejor que el azúcar blanco refinado. He probado otras versiones edulcoradas con leche condensada (por lo de inventar una receta con ingredientes más accesibles a los lectores españoles), pero me pareció que la crema resultante era tan empalagosa o más que la industrial. No quiero engañaros con la etiqueta «sin culpa»: esto sigue siendo una bomba calórica. Pero bastante más saludable que la que compráis en el súper. Seguro que alguna madre me lo agradecerá.

NUTELLA CASERA ANTIDEPRESIVA: CREMA DE CHOCOLATE Y AVELLANAS
INGREDIENTES
  • 3/4 de taza de mantequilla de avellanas (mejor) o almendras (en tiendas de alimentación natural). Si no podéis encontrarla, probad a moler en el robot de cocina avellanas naturales tostadas (sin sal), aunque tendréis que añadir un poco de aceite (girasol o colza) hasta que la textura sea como la de la mantequilla de cacahuete, cremosa pero bastante espesa.
  • 1/2 taza de cacao negro en polvo puro, de la mejor calidad posible (Valrhona es excelente).
  • 1/2 taza de sirope de arce (o de miel, aunque el sabor cambia bastante y se parece menos al de la Nutella comercial).
  • 1/2 taza de leche.
  • Podéis sustituir los dos ingredientes anteriores (el sirope y la leche) por leche condensada, aunque entonces lo saludable de la receta disminuye bastante.
  • 1 cucharadita de café (o media de té) de extracto natural de vainilla.
  • 1 cucharada sopera de azúcar de coco o stevia, o simplemente de azúcar moreno o blanco.
  • Una pizca de sal.
Verter todos los ingredientes en un recipiente de batidora (los ingredientes en polvo al final). Batir hasta que la mezcla sea homogénea y untuosa. Se conserva en el frigorífico (por la leche fresca que contiene), así que endurecerá. Si os sale muy líquido podéis ajustar la textura aumentando gradualmente la cantidad de cacao y avellanas. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Galletas del bosque con especias y... un misterio de mierda


Interior, día. En la cocina de Muffin Manor, en un punto norte de las boscosas tierras quebequesas, a dos kilómetros del quinto pino. Bloguera Indigna desayuna en el mostrador de la cocina delante del portátil, instalada en un taburete. A su espalda, la ventana de la cocina da a un grupo de abetos cargados de nieve. Frente a ella desfilan los resultados de su búsqueda en Google Imágenes: fotos de excrementos de oso pardo, deyecciones de oso negro, heces de grizzly, defecaciones de alce, estiércol de ciervo, deposiciones de reno, detritus de zorro. Hasta cree haber visto pasar una foto de los excrementos de Pippa Middleton y otra (santa reliquia) de los de Juan XXIII, de feliz memoria. Pero no está muy segura. Es muy temprano en esta zona nórdica del mundo para poder discernir muy bien entre tanta mierda que uno encuentra por Internet. Y miren que ella ha pasado horas viendo mierda en línea (sí, Bloguera Indigna también está enganchada a Facebook). Hasta el momento, durante su investigación exhaustiva Bloguera Indigna no ha encontrado nada concluyente. Sólo muchas fotos que le confirman que por el mundo anda una cantidad increíble de gente fotografiando caca (y subiendo las fotos a Internet) y que existen muchos más sinónimos de la palabra «excremento» de lo que uno pueda pensar en un principio. 

Mientras se toma su café matinal con galletas de especias contemplando diversos montones de excrementos y sus descripciones (de oso pardo, de mapache, de mofeta, de marmota), Bloguera Indigna piensa que la gente normal probablemente no desayuna leyendo estas cosas. ¿Cómo ha caído tan bajo, os preguntaréis? ¿La vida forestal ha acabado con el poco refinamiento y cosmopolitismo que le quedaban? ¿Es posible que en tan sólo seis meses de vida campestre haya pasado de mirar recetas de macarons a la lavanda a fotos de boñigos? 

Este deterioro progresivo de la vida interior de Bloguera Indigna no se debe sólo a su mudanza campestre, ni a los meses de brocha y rodillo que sucedieron a la mudanza, ni a la vuelta a la docencia (y a la decencia, tras tanto escayolismo y brocha gorda), que la mantiene tan ocupada que ya casi ni cocina. No. En Muffin Manor, tranquila cabaña rodeada de abetos y arces, donde el estruendo mayor es el de los grillos y las ranas en verano y el de los ronquidos de Monsieur M. en invierno, pasan cosas, queridos lectores. Cosas misteriosas. Todo comenzó una noche de finales de otoño, cuado los arces ya habían perdido las hojas y las temperaturas empezaban a caer bajo cero...


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Interior, noche. En el salón de Muffin Manor. Monsieur M. y Esposa Indigna vegetan tranquilamente en el sofá, cuando un ruido enorme suena en el tejado y hace temblar toda la casa. Esposa Indigna, que como de costumbre ha dado el golpe de Estado por el control del mando a distancia, corta el sonido de la tele. No hay viento, así que no puede ser una rama. A Esposa Indigna le da por preguntarse como a una cretina si un oso podría haber aterrizado ahí. Monsieur M. sale a explorar con una linterna por la puerta lateral que da al terreno boscoso que rodea la casa y ella le sigue valientemente, pero a una distancia respetable. Si el oso está cabreado ahí se las merenguen los dos. Ella es demasiado mona para ser desfigurada por un oso negro. Una mofeta enorme corre a refugiarse bajo el porche de madera que rodea la casa y Esposa Indigna retrocede lentamente hacia la puerta. Ella es demasiado mona para apestar durante días. Y trabaja de cara al público. La mofeta no parece tener la intención de salir de debajo del porche, pero nunca se sabe. En sus años de vida canadiense Esposa Indigna ha aprendido que es mejor no sobresaltar a una mofeta. 

Monsieur M. termina su vuelta de reconocimiento y entra en casa con aire de haber cumplido la parte masculina del contrato de vida en pareja. Debate sobre el causante del ruido en la cama conyugal: las mofetas no trepan. -«Quizá un mapache haciendo el tonto», aventura Monsieur M. -«Un mapache enorme», comenta Esposa Indigna. Monsieur M., siempre tranquilizador, se pone a roncar suavemente. Esposa Indigna mira al techo y piensa en el lado inquietante de vivir en el bosque. 

(Aquí debería hacer un aparte zoológico para mis lectores españoles: los mapaches son cosa corriente no sólo en el campo profundo quebequés donde vivimos, sino en los suburbios y en pleno Montreal. Así como las mofetas, las marmotas y las ardillas. Quebec es inmenso, con enormes superficies inhabitadas, y hasta en una ciudad como Montreal hay muchas zonas verdes y una densidad de población mucho menor que en cualquier capital española, lo que permite que estos animalitos se adapten bastante bien a la vida urbana. Los que viven alrededor de Muffin Manor, que viven una vida mucho más tranquila que los de la capital, han tomado nuestro contenedor de compost como un buffet. Nosotros echamos nuestros restos vegetales y ellos se sirven. Barra libre.)

Días después del incidente National Geographic el misterio del animal que saltó sobre el tejado se pone más y más inquietante. Al volver de su paseo habitual por el bosque colindante, Monsieur M. llama a Esposa Indigna y le enseña una inmensa pila de excrementos que ha encontrado sobre una roca en la linde del bosque detrás de casa y, o tres vecinos adultos llenos de fibra han venido a aliviarse en su terreno al mismo tiempo, o aquí hay bichos muy gordos. Esposa Indigna entra en casa y googlea frenética imágenes de "bear poop". Un poco sobrepasada, decide consultar a expertos. Escribe un correo a la señora Hernández, amiga y aguerrida periodista del Pets Journal y experta en excreciones animales de todo tipo. En vano.

Bloguera Indigna no ceja en su empeño de aclarar el origen de los misteriosos excrementos del bosque rodeando a Muffin Manor. Sobre todo porque piensa tomar algunos tés con galletitas en el jardín el verano que viene y no le gustaría ser masticada por ningún mamífero de talla respetable. Tras haberlos debatido minuciosamente con Lady D. (que aparte de ser alternativa y bastante hippie tiene un punto muy girl scout, y que vino expresamente para hurgarlos con un palo, fotografiarlos, estrujarlos, ugh, entre los dedos y olerlos detenidamente), ésta le envía un correo lleno de fotos de boñigas y cagotes varios. Éste es el motivo por el que Bloguera Indigna desayuna mirando imágenes de materias fecales. El veredicto de Lady D.: es un alce. A pesar de su experiencia montañera no fue fácil de reconocer porque el dicho alce que había venido a desahogarse en nuestro terreno parece que no se encontraba bien, vamos, que eran excrementos de alce recién salido de un sushi bar un poco sospechoso.

Alborozada por haber encontrado al fin la solución al enigma, Bloguera Sherlock corre al taller de carpintería de Monsieur M. para contarle el resultado de sus investigaciones. Monsieur M. continúa lijando, imperturbable. -«¿Y? ¿No dices nada? ¡Es la  solución al misterio!», exclama Bloguera Sherlock.
-«Pues vaya misterio de mierda», responde Monsieur M.


































GALLETAS DEL BOSQUE CON ESPECIAS (SPECULOOS AL ESTILO BELGA)

A menudo se describe a estas aromáticas y picantitas galletas como galletas navideñas. Lo cierto es que en Holanda (donde se llaman speculaas) se comen todo el año. Son deliciosas untadas en un té, porque, ojo, resultan un poco duras -aunque muy ricas- para comer tal cual. El que avisa no es traidor.

INGREDIENTES (para unas dos docenas, dependiendo del tamaño de los cortapastas).

Todas las especias que incluye esta receta son molidas. Las galletas ganarán mucho en sabor y aroma si podéis moler (o rallar) las especias en el momento de prepararlas.

  • 2 tazas de harina blanca
  • 1 cucharada sopera de canela
  • 2 cucharadas de té de jengibre
  • 1 cucharada de té de clavo 
  • 1/2 cucharada de té de cardamomo
  • 1/4 cucharada de té de nuez moscada
  • 1/4 cucharada de té de pimienta de Jamaica (allspice)
  • 1/4 cucharada de té de pimienta negra (o rosa, aún mejor)
  • 1/2 cucharada de té de levadura en polvo (tipo Royal)
  • 1/2 cucharada de té de sal
  • 1 taza y 1/4 (bien comprimida) de azúcar moreno
  • 1/2 taza (1 bastón aquí en Norteamérica) de mantequilla a temperatura ambiente o punto pomada
  • 1 huevo hermosote

ELABORACIÓN

Precalentar el horno a 180º. En un bol o ensaladera grande, tamizar y mezclar la harina, las especias, la sal y la levadura. En otro bol, batir vigorosamente el azúcar moreno y la mantequilla hasta que estén bien mezclados y tengan un aspecto pálido y ligero. Añadir el huevo y batir de nuevo hasta que todo resulte cremoso y blancuzco. Incorporar gradualmente la mezcla de harina y especias, pero esta vez procurar batir sólo lo justo para que desaparezcan en la mezcla. Cuanto más se bate, más densas resultan las galletas.

Dividir la masa resultante en dos bolas, aplanarlas ligeramente en dos discos gorditos y envolverlos con film plástico. Refrigerar la masa durante 1 hora, será mucho más fácil de manipular y de cortar en formas más precisas.

Cubrir un par de bandejas de horno con papel de pergamino de cocina. Aplanar los discos con el rodillo hasta un espesor de unos 4 milímetros. Un truco para que las galletas resulten menos secas es frotar la superficie del mostrador donde las cortéis con azúcar glas en lugar de con harina. Las galletas se imprimen con unos moldes tradicionales en Holanda y en Bélgica, pero con unos cortapastas con formas bonitas también serán muy comestibles. Untar el cortapastas en azúcar glas cada vez que vayáis a cortar una galleta. Si en lugar de trabajar directamente encima del mostrador de la cocina lo hacéis sobre una hoja de papel encerado, será más fácil levantar las galletas una vez cortadas y pasarlas a la bandeja de horno. Espaciarlas unos dos centímetros. Hornear hasta que se doren (olerán divinamente) y los bordes empiecen a oscurecer, unos 8 minutos. Tras sacarlas del horno, esperar unos 5 minutos y pasarlas a una rejilla para que se enfríen. Repetir la operación («reciclando» los recortes de masa) hasta terminar la masa. Si la masa se ablanda tanto que es difícil levantar las galletas y pasarlas a la bandeja de hornear sin que se rompan, meterla un cuarto de hora en el frigorífico.

Decorar con glasa real o chocolate blanco. Se conservan más de una semana en una caja hermética, y la masa se congela muy bien. Untarlas en un buen té chai o café con leche atisbando por la ventana al acecho de animales silvestres.