martes, 24 de diciembre de 2013

Felices Fiestas

A esa familia de lectores y lectoras que hacéis que mantenga este blog abierto contra viento y marea porque sois un poco como mi Santa Madre: estáis lejos, pero no me olvidáis y siempre esperáis algo bueno de mi parte. Un abrazo fuerte y un Año Nuevo lo más feliz posible para vosotros y toda la gente a la que queréis. 

(Advertencia: esta foto de la Chica ha sido producida libre de todo maltrato animal, pero con una cantidad escandalosa de galletitas para recompensar esa pose llena de paciencia que parece decir: -«Eehm, ¿esto era REALMENTE necesario?»)


domingo, 22 de diciembre de 2013

La Gran Evasión: biscotti de avellanas y chocolate

Cuando miro atrás me doy cuenta de que una de las cosas que más ha cambiado con los años (y probablemente con el cáncer) es mi nivel de energía. Recuerdo que durante toda la veintena y la treintena tenía la energía suficiente para alimentar en electricidad a una ciudad -pequeña- de provincias. Hoy no creo que llegara a encender el tostador. Por eso tengo el blog un poco abandonado, porque trabajar con el sudor de mi frente y vivir (comer, ducharme, ir al súper, sacar a la perra) terminan con todas las reservas. Y no me quedan para escribir. Estoy muy ocupada durmiendo: en el sofá, en la cama, en el tren, en las conferencias, en los funerales... el número de capítulos de series que he dormido últimamente es incontable. Mi especialidad es dormirme en los policiacos, cuando el inspector por fin va a contarnos quién demonios es el asesino. 

Pero no me quejo, estoy cansada, pero viva. Y tengo trabajo. Lo único que constato es que este cansancio crónico afecta a mi antaño irritante espíritu navideño. Cuando llegan las fiestas la huída se me antoja cada vez más atractiva. Hasta escribí un cuento sobre eso. Especialmente cuando nos toca a nosotros acoger a toda la horda familiar, fantaseo con comprarme un billete de última hora a Cayo Coco, a Pittsburgh, a Santa Cruz de Tenerife, a Saskatoon, adonde sea. Y pasar las fiestas durmiendo en un hotel. Un poco triste, lo sé. En mis fantasías más ocultas lo llamo La Gran Evasión (así, con mayúsculas), pero en mi imaginación prescindo totalmente de Steve McQueen. Me avergüenza decir que a veces prescindo incluso de Monsieur M. De lo que no prescindo es de una pila de novelas de crímenes, unas tabletas de Lindt y mis peores-mejores pijamas de franela. Probablemente si se materializara, esta fantasía sería bastante deprimente y perdería encanto en los primeros quince minutos. Pero cuando tengo el antebrazo hundido en el trasero de un pavo y mientras lo relleno espero a que lleguen las masas de sobrinos, cuñadas, niños de los sobrinos y novios borrachuzos de las cuñadas, hay ratos en los que practico la visualización positiva y me visualizo roncando bajo un edredón. Cada uno sobrevive como puede. Mi técnica es hibernar.

O lo era hasta que llegó la Chica. A la Chica le da igual que tenga sueño, un pavo por rellenar, clases por preparar y pilas de exámenes por corregir. Cuando es hora de pasear, es hora de pasear. Con medio de metro de nieve, con viento huracanado, con lluvia. Y cuando es hora de jugar, se me echa encima con sus treinta y tantos kilazos y me avasalla sistemáticamente hasta que cedo y juego. Desde que ha empezado a nevar (y aquí en Quebec llevamos cubiertos de un glaseado helado desde hace un mes), me he dado cuenta de que la Chica adora el invierno: salta en la nieve, se revuelca en ella, se la come a grandes bocados, mete la cabeza en ella hasta las orejas. El mundo es un gigantesco sorbete. Este ser peludo parece tener toda la energía y el entusiasmo que a mí me faltan. Menos mal que son contagiosos.

La Chica está resultando ser mejor alumna que algunos de mis estudiantes: mis esfuerzos pedagógicos combinados con galletitas han dado como resultado que ahora la perra da la pata, se sienta, se levanta, se acuesta, gira sobre sí misma a ritmo de salsa, recoge cosas del suelo y nos las trae, no roba comida, no se come zapatos ni bolsos, no muerde a las visitas, no se hace pis en casa sino que llama a la puerta con una campanilla para anunciar que necesita salir al jardín, respeta rigurosamente la prohibición de dormir en el sofá y subir al piso de arriba y masticar a Julieta... en suma, es el perro modelo. Salvo por un pequeño detalle: la Chica presenta un caso bastante importante de ansiedad de separación. Por lo que parece, el hecho de haber sido abandonada ha provocado que cada vez que nos vamos y la dejamos sola un par de horas, en su mente perruna ella está convencida de que no vamos a volver a ver nunca más. Y ese convencimiento la vuelve loca. Literalmente. 

La hemos dejado en una habitación grande y vacía del sótano, con sus juguetes, su cama, un hueso y calefacción, y casi echa la puerta abajo. Bueno, primero se la comió parcialmente y luego la echó abajo. Hemos probado a dejarla en la galería cubierta, la primera vez consiguió abrir el cubo del reciclaje y comerse una cantidad de plástico que casi me mata del susto, y la segunda (el reciclaje sabiamente cambiado de sitio) casi consigue destrozar una mosquitera y tirarse por la ventana. Todo ello en las dos horas que pasamos en el cine. Cambio de estrategia: la dejamos fuera, en el enorme cercado con caseta que le construyó Monsieur M. en el jardín este verano. El cercado la estresa menos, pero consiguió romper la tela metálica de la puerta (destrozándose las uñas y las patas en el proceso) y escaparse al jardín. La pobre es tan obediente que, una vez libre, respetó pese a todo la prohibición de no salir de los límites del terreno y nos esperó pacientemente en el porche. Cercado, toma dos: la Chica demostró sus habilidades de equilibrista, se subió al tejadillo de su caseta y consiguió saltar la valla. Arañándose la barriga en el proceso, pobre mía. Me la encontré errando por el caminillo de bajada a casa, cuando, ya de noche, salió al encuentro del coche muy asustada. Abrí la puerta del copiloto y cuando saltó al asiento a mi lado y empezó a comerme a besos me dio una llorera que no pude aparcar durante unos minutos. La idea de que lo pase mal hasta ese punto me rompe el corazón. Y el miedo de que pueda hacerse daño. Ahora el cercado está prácticamente blindado y a prueba de fugas, pero con días a temperaturas de veintitrés bajo cero no podemos dejarla fuera durante un par de horas. Los perros también se congelan. Monsieur empieza a estar un poco desanimado de reparchetear puertas y cercados, y dice que por qué la próxima vez que tengamos que irnos sin ella no le dejamos la tarjeta de crédito y las llaves de casa para que entre y salga cuando quiera, que le va a dar menos trabajo.

Resultado: la Chica nos acompaña a todas partes. Es eso, o atiborrarla a calmantes y dejarla en casa. Por el momento es muy joven e intentamos enseñarle lo de «Di no a las drogas». Así que viene con nosotros a Costco, al banco, a la oficina de correos y a las invitaciones a cenar. Menos mal que es muy educada y se sienta muy formal en las casas ajenas. Eso sí, vigilándonos durante toda la cena, no vaya a ser una estrategia para abandonarla allí.

Entrenamiento gradual, diréis. Ya. Lo hemos probado. La Chica no tiene ningún problema con estar tranquilita royendo un hueso encerrada en cualquiera de esos sitios, la galería, el sótano, el cercado. Cuando estamos en casa podemos salir al jardín y dejarla sola con libre acceso a toda la casa y no sube al piso de arriba, no toca el sofá ni la comida en el mostrador de la cocina, se comporta como un angelito peludo. Porque sabe que estamos por ahí cerca. Ella no quiere escaparse de casa, no es tonta, sabe que está muy bien en Muffin Manor. La prueba es que cuando se fuga de todos esos sitios no se va. Ella lo que quiere es estar con nosotros. 

¿Qué cuál es la relación de esta historia de evasiones perrunas y mi Gran Evasión soñada? Pues la perspectiva, chicos. Sorprendente cómo un perro puede ponerte las cosas en perspectiva. La Chica tiene sus prioridades, y la primera de la lista parece ser estar con la gente a la que quiere. Porque no sabe si será la última vez que volverá a verlos. Algo en lo que pensar cuando esas cenas familiares en Navidades os den una pereza horrible. 

Para ponernos un poco en el espíritu navideño y hacer un dulce clásico para regalar a los colegas del trabajo, por ejemplo, aquí va mi última obsesión: los biscotti. Receta tradicional italiana que recibe ese nombre porque se hornea dos veces, los biscotti son muy agradecidos: se conservan largo tiempo, contienen muy poca grasa y azúcar, se pueden aromatizar a muchas cosas y son fabulosos untados en un cafecito. Bueno, en realidad, untarlos en el café es obligatorio si no queréis romperos un diente al comerlos. Quizá sea por eso mi obsesión con estos dulces tradicionales: últimamente carburo a café. 

Aquí os dejo la receta y unas fotos de la Chica y los paisajes que rodean Muffin Manor. Un abrazo y tapaos bien por las noches :-).

 BISCOTTI DE AVELLANAS Y CHOCOLATE

INGREDIENTES
  • 1 taza de avellanas (también pueden ser almendras) peladas
  • 1/4 taza de pepitas de chocolate o de un buen chocolate cortado en pedacitos
  • 2/3 de taza de azúcar blanco
  • 2 huevos
  • 1 cucharadita de café (1/2 de té) de extracto de vainilla o de almendra (si hacéis la versión con almendras)
  • 1 cucharadita de café (1/2 de té) de Gianduia, Frangélico (si utilizáis avellanas) o de Amaretto (si los biscotti son de almendra)
  • 1 cucharada de té de levadura en polvo (tipo Royal)
  • 1/4 de cucharada de té de sal 
  • 1 taza y 3/4 de harina integral 
 ELABORACIÓN

Precalentar el horno a 180º. Tostar las avellanas (o las almendras) en una bandeja durante unos 8 a 10 minutos, hasta que empiecen a soltar aroma y estén ligeramente doradas. Picar en mitades. Reservar. 
Batir los huevos y el azúcar vigorosamente con unas varillas, hasta que blanqueen y espesen (unos 5 minutos). Cuando levantéis las varillas, la mezcla debería formar «churretes». Añadir el extracto de vainilla y el licor y batir bien. 

En un bol aparte, mezclar la harina, la sal y la levadura. Añadir los ingredientes secos a la mezcla de huevo y azúcar y mezclar hasta que desaparezca la harina. Incorporar las avellanas y el chocolate. Amasar todo dentro del bol, si la masa es demasiado líquida, podéis añadir un poco de harina, pero hacedlo gradualmente y añadid sólo la necesaria para poder sacar la masa del bol y trabajarla en la encimera. Darle la forma de medio «tronco», una media luna bastante aplastada. Unos 30 cm. de largo y unos 6 de ancho, pero... ¿quién demonios piensa en medir cuando amasa? 

Hornear unos 25 minutos en una bandeja de aluminio de las de hacer galletas previamente aceitada, hasta que los bordes estén ligeramente dorados y la masa empiece a ponerse firme. Sacar del horno y dejar enfriar en la bandeja encima de una rejilla. Bajar la temperatura del horno a 165º.

Pasar la masa con mucho cuidado a una tabla de cortar, y cortarla en rebanadas de un centímetro más o menos. Si la masa se rompe mucho, esperad a que se enfríe un poco más. Si no utilizáis chocolate la masa se cortará más fácilmente.

Colocar los biscotti de nuevo en la bandeja, y hornear unos 10 a 15 minutos. Darles la vuelta. Hornear unos 10 a 15 minutos más o hasta que estén dorados. El tiempo puede variar dependiendo de si habéis utilizado chocolate o no, y de la cantidad de harina que hayáis añadido durante el amasado. Sacar del horno, dejar enfriar y guardar en una lata hermética. Se conservan estupendamente durante más de dos semanas. Si son para regalar, podéis atar varios con un lazo o un cordel rojo, y presentarlos con un paquete de buen café. La versión de chocolate y pistacho que aparece en las fotos podéis encontrarla aquí, aunque sin mi toque saludable.


sábado, 9 de noviembre de 2013

Zenitud

En Quebec no se sale tanto de bares como en España (bueno, sospecho que, en los tiempos que corren, en España ya no se sale tanto como en España). Sí, hay bares, pero no tienen ese papel social de sala de asambleas-anexo al salón de casa-discoteca-guardería-restaurante. Son sitios en los que se bebe alcohol. Y punto. No se permite la entrada a los niños, y si uno quiere un café, o comer algo, tiene que irse a una cafetería (que aquí se llaman café). 

Lo del clima probablemente es uno de los motivos por los que la vida social transcurre bastante en casa. Los jóvenes salen y son tan juerguistas como los de cualquier otro país, en los bares se liga como en los de cualquier otro país, pero una vez que una ha pasado los treinta y cinco, se ha emparejado y ha contraído una hipoteca , una noche de noviembre a cinco bajo cero tendrían que arrastrarme atada a un par de caballos salvajes para hacerme salir, no de casa, sino simplemente del pijama. 

Así que se invita a los amigos y familia a cenar, y ellos te invitan, y uno puede tener una vida social al calor de la chimenea y en zapatillas de peluche. Esto sí que es un país civilizado. 

Por eso esta noche vienen a cenar Flaming-Hot-Sister-In-Law, de la que os hablé hace milenios, y que tras dos intentos fallidos empieza a desesperar de que exista un hombre para ella, y la Walkyria, de la que quizá no os he hablado aún. La Walkyria es la hija de Monsieur M. (sí, soy una malvada madrastra), un metro ochenta y ocho centímetros de mujer, con unas piernas que le empiezan a la altura de las axilas, un busto que mucha gente envidia lo bastante como para pagarse uno igual a plazos, una cara de modelo de lencería y un carácter extrañamente idéntico al de su padre, salvo por lo de la zenitud y lo de eliminar el apego (ella es bastante zapatoadicta). Vamos, como un camionero con la pinta de una portada del Sports Illustrated. Le gustan cosas como conducir excavadoras y quads, jura como un carretero borracho, suelta unos eructos más sonoros que los de su padre y lleva unas uñas y pestañas postizas que hacen que el contraste sea aún más sorprendente. La Walkyria afirma que no encuentra un novio que le dure porque los tíos de su edad son todos unos inmaduros, yo no dudo de su criterio, pero creo que probablemente cualquier tío debe de tener serias dificultades para mantener una erección junto a una amazona semejante. Creo que los aterroriza. Yo cuando sea mayor quiero ser como ella, pero ya empieza a hacérseme tarde. Me sobran años y me faltan centímetros. Muchos. 

El caso es que esta noche tenemos invitadas con sólidos apetitos estimulados por los desengaños amorosos, y yo tengo una pila de redacciones por corregir, de mp3 de mis alumnos por escuchar y otras cosas varias que me obligan a decirle al Ejecutor (Monsieur M.) que va a tener que ponerse las mallas de superhéroe y esta cena va a tener que currársela él solito. 

Esta mañana, a unas horas del evento, lo veo tranquilo, tomándose el segundo cafecito y leyendo el periódico en el mostrador de la cocina y le pregunto ante la puerta abierta de nuestro semidesértico frigorífico, sospechosa: 
-«¿Qué vamos a cenar esta noche?» 
Monsieur M.: -«Pollo.»
Esposa Trabajadora: -«Ah. ¿Y qué más?»
Monsieur M., tomando otro sorbito de café, sin levantar la vista del periódico: -«Pollo.»

Rectifico: en mi próxima vida no quiero ser la Walkyria, quiero ser hombre.

jueves, 24 de octubre de 2013

Poultrygeist (Night of the Chicken Dead): una historia «gore»

Queridos lectores: 

Sepan que echo de menos escribir. Sepan que me gusta dar clases casi por encima de todas las cosas, pero no más que escribir. Pero por el momento hay que atender a lo necesario. Y pagar las facturas. Sepan que leo sus comentarios sobre cómo echan de menos el blog y se me encoge el corazoncillo. Para que vean que no los olvido, y como los que me siguen fielmente desde hace años saben que me encantan esta época del año, el otoño, Halloween, las calabazas, los murciélagos, los dulces en formato bolsillo de niño (bueno, todos los dulces) y las historias de miedo, hoy me tomo un respiro momentáneo de la vida real y vuelvo a la virtual. Con unas estampas de mi locura cotidiana y una receta gore. Para perros, además. ¿Una «perroceta»? ¿Una «perreceta»?

ESTAMPA 1

Como saben, desde que me mudé al campo la población de este zoo en el que vivo ha experimentado muchos cambios. Alfonso, nuestro gato-perro adorado murió hace ya un año (sniff), Julieta, nuestra gata veterana, empezó a estornudar desde que entró por la puerta de Muffin Manor (yo pensaba que era alérgica al campo, pero resulta que es un virus), y no se le pasó hasta que adoptamos a la Chica, un cruce boyero de Berna-border collie-Kraken del abismo de treinta y tantos kilos que come como todos ellos juntos. 

Lo de la terapia de choque funciona, créanme: fue poner a Julieta delante de la Chica, que meneaba el rabo y jadeaba con su mejor expresión de -«Arfarfarfgatogatogato¿puedolamermordisquearjugarconél?», y cortársele los estornudos. Así, de golpe. Y mudarse al piso de arriba y no querer volver a bajar nunca más a afrontar al Kraken excesivamente amistoso que la mira desde el pie de la escalera. 

Julieta es el reflejo de los gustos de la humana que vive con ella: en su vejez se ha vuelto como una de esas viejas locas inglesas de las novelas góticas: encerrada en sus aposentos del piso de arriba de la mansión, donde los sirvientes (nosotros) le llevan las comidas y le hacen compañía. De vez en cuando pasa por el rellano de las escaleras. La Chica la mira con anhelo desde el piso de abajo (respetando escrupulosamente la prohibición de correr escaleras arriba y masticar a la gata), agita la cola como una posesa, lloriquea y pone caritas de «qué buena soy, ven a jugar conmigo». Julieta se sienta y la mira desde las alturas, con el profundo desdén que sólo un gato puede mostrar. Abusando un poco del buen carácter de la obediente Chica, empieza a lavarse la cara y los bigotes con parsimonia. Si pudiera hacerle un corte de mangas, lo haría. Monsieur M. contempla la escena y le dice a la perra, acariciándola, lleno de empatía: «Sííí. Ya sé que ESO vive arriba. Pero no, lo siento, no puedes subir y comerte ESO. ESO forma parte de la familia desde hace más tiempo que tú.» 

En las últimas semanas Julieta ha vuelto a estornudar y moquear profusamente. Estamos considerando adoptar a un mastín. Eso debería cortarle los estornudos por una buena temporada. 



ESTAMPA 2

Una señora cuarentona pero juvenil (sí, qué pasa) y con un encantador acento hispánico hace la compra en un supermercado de la capital de provincias más cercana al sexto pino, donde vive con una gata aristocrática, mocosa y enclaustrada, una perraza de treinta y tantos kilos de amor bruto, un zorro que da vueltas por su jardín esperando que la gata reclusa salga a dar una vuelta, dos mapaches que se sirven en el compost como si fuera un buffet, y un señor quebequés grande, zen y que ha eliminado el apego. Tanto, que no puede soportar hacer la compra. Así que la señora ha comprado todo lo necesario para sobrevivir en las profundidades del bosque durante una semana, y se dispone a poner en práctica su plan. Tras contemplar a la perra tragando -sin masticar- ese pienso de veterinario carísimo que se supone limpia hasta la última partícula de sarro de la dentadura canina -siempre que se mastique, imagino-, y tras calcular lo que le cuesta al mes pagar por esa comida sintética, se dispone a cocinar para el público más agradecido que ha tenido nunca: la Chica. La señora ha calculado que sustituyendo una de las dos comidas de la Chica por comida de verdad, no sólo mejorará la salud de la perra y su estado de felicidad general (a ver a quién le hace ilusión comer bolitas secas dos veces al día durante el resto de sus días), sino que les saldrá más barato. Mucho más. Con lo que ahorren, podrán pagarse un crucero. O casi.

Tras informarse abundantemente de lo que constituye una dieta sana y equilibrada para un perrazo, se da cuenta de que necesita hacer acopio del ingrediente de base: carne. Y es que la señora y el monsieur, si bien no son exactamente vegetarianos, digamos que comen carne roja unas dos veces al año. Tres, si andan por el lado salvaje. Ellos son más de pescado, tofu y algún pollo o pavo ocasional. La Chica parece llevar bien este casivegetarianismo: a ella le encanta masticar brécol, manzanas, calabaza, zanahorias, frambuesas, el plástico de su bol del agua, un pedazo de cuerda con el que juega y el periódico, especialmente el que es un poco conservador, La Presse (una vez le dimos un Journal de Montréal, pero lo digirió bastante mal... quizá fue la horrible sintaxis). Casi todo ello de origen vegetal. Pero no sólo de verdura vive el perro. Necesita proteínas. 

La señora empuja el carro lleno de yogur, col, acelgas, tomates, peras, lechuga, manzanas y se dirige resueltamente al mostrador refrigerado de la carnicería. Allí respira hondo y abre su mente a un nuevo mundo de vísceras hasta ahora desconocido: ternera de oferta para guisado (la que más nervios tiene, pero no cree que a la Chica le importe, teniendo en cuenta que no mastica la comida), hígado de buey (recuerdos de infancia, puajpuajpuaj), una bandejita de poliestireno llena decorazones de pollo, un corazón de cerdo de la talla y aspecto de un corazón humano (Jesuschrist on a piece of toast), -«Corazones para mi corazoncito», piensa la señora con una risilla extraviada. La octogenaria junto a ella la mira con desconfianza. Lo de apilar corazones de animales diferentes en el carro no es sanguinolencia gratuita, es que el corazón es lo más cercano a cualquier otra pieza de carne muscular y mucho más barato que el filete. Ni idea de para qué lo usa la gente que no tiene perro. La señora ve bandejas con riñones (también de cerdo, de un tamaño perturbadoramente humano), pero decide que ha tenido suficiente y se dirige a la caja. 

La cajera, de unos diecinueve años pero con aspecto de dieciséis, es como todas las cajeras quebequesas de su edad que suelen tocarle a la señora: amable, servicial, totalmente desconocedora de cualquier verdura que no sean las patatas o las zanahorias (-«Hum, voyons, ¿dónde está el código de la coliflor?», mirando a una alcachofa), con un universo gastronómico increíblemente limitado para alguien que trabaja rodeado de comida. Empieza a escanear laboriosamente mis exóticas verduras y llama continuamente al encargado para que le diga cuál es el código de esta o aquella planta desconocida (cielos, he comprado acelgas), probablemente maldiciendo entre dientes a estos condenados inmigrantes que comen cosas raras, pero con una sonrisa muy profesional. 

Cuando terminamos la parte vegetal de la compra y empieza a desfilar la casquería, su expresión cambia: una cosa es que una compre -y coma, puaj- cosas improbables como una alcachofa, pero este despliegue de órganos internos empieza a ser demasiado. Parece un capítulo de «Hannibal». Al ver la reacción de la cajera y la del jovenzuelo que mete su compra en las bolsas, la señora decide quitarle hierro a la cosa con una bromita: -«Je, es para una película gore casera que estamos rodando.» La cajera deja de sonreír, deja de mirarla y se apresura a terminar con una agitación visible. 

La señora empuja su carro por el aparcamiento, bastante abochornada. La Chica, que la espera en el coche sacando la cabeza por la ventanilla, le dedica su mejor sonrisa llena de amor perruno. -«Espero que te guste, perra del averno. Y que dure. Porque no voy a poder volver por este supermercado en un tiempo.» 



POULTRYGEIST CASERO: RANCHO PARA PERROS

INGREDIENTES (Para un perro de unos 30-32 kilos, una ración, equivale a unas dos tazas)
  • 1/2 taza de copos de avena (ya cocidos, en agua, sin sal ni azúcar)
  • 1/4 taza de brécol, coliflor o col cocida, sin sal, cortada en ramitos
  • 1/4 taza de zanahoria, o, aún mejor, calabaza cocida sin sal
  • 1 taza de casquería variada, cortada en pedazos para impedir la asfixia de tu tragón de cuatro patas

ELABORACIÓN

La elaboración no es complicada. Si os lanzáis a cocinar para vuestro amado chucho, o, aún mejor, si no queréis cargaros con más trabajo y tener que cocinar específicamente para él, tenéis que recordar algunas cosas de base: los perros comen como nosotros deberíamos comer si quisiéramos vivir cien años y llevar una vida muy triste. Nada de sal, nada de azúcar y limitad las grasas. Así que si contáis con reservar algo de comida para Fido, acordaos simplemente de cocer las verduras sin sal ni especias, y añadid eso al final, en vuestro plato. Fido estará más sano si come sin sal. Y de todas maneras no parece notar la diferencia.

La proporción de cereales que dáis a vuestro perro no debe ser muy alta, ya que en la mayoría de los piensos industriales ya se encuentran en exceso (añaden mucha harina de maíz porque abarata los costes de producción), y son el principal motivo por el que los animales domésticos engordan. Así que si combináis los dos tipos de comida, la industrial y la casera, vuestra prioridad es que Fido coma vitaminas (verduras) y proteínas, especialmente estas últimas. La avena es una buena opción como cereal (mejor que el sempiterno arroz blanco) por exactamente los mismos motivos por los que es buena para los humanos: llena, favorece el tránsito intestinal y se digiere bien. Una opción diferente al brécol son las vainas (judías verdes), poco calóricas y excelentes para vuestro perro. La calabaza cocida es mano de santo para los perros con el estómago revuelto. En cambio, hay algunas frutas y verduras que son tóxicas para los perros y que nunca, nunca, deben comer: la cebolla, el ajo, los tomates, los aguacates, las uvas,  las nueces y las setas en general. Otras no son muy buenas y es mejor evitarlas: los pimientos, las berenjenas, los tomates, las acelgas. 

En cuanto a la casquería, os recomiendo hacerla en una sartén a la plancha, con un poco de aceite de oliva, que es excelente para el pelaje. Y dadle al extractor de humos o la casa olerá de asco. Ver unos cuarenta corazoncitos de pollo salteándose en la sartén es bastante, uh, peculiar. Especialmente si sois comedores de tofu. Simplemente recordad que la proporción de carne «muscular» (filete, pechugas y muslos de pollo, corazón) debe de ser bastante superior a la de hígado. El hígado es bueno para los perros por su contenido en hierro y en vitamina A, pero en cantidad excesiva produce efectos, eh, rápidos y no deseados. Así que poquito. Otra opción estupenda para la salud de vuestro can es el pescado: el salmón, las sardinas y el pescado azul en general. Aunque tal y como están los tiempos, creo que es un lujo hasta para nosotros. 

Servir casi frío en las proporciones indicadas y observar cómo el fruto de al menos media hora de trabajo desaparece en dos minutos. Disfrutar de las miradas de adoración y de -«¿De verdad que no hay más?» de ese par de ojazos marrones. Decirse que esa mirada ha valido todas las demás en la caja del supermercado.

domingo, 19 de mayo de 2013

Arf, arf, arf


Abandonados lectores: no, el título de esta entrada no es porque este sea un post erótico. Bueno, en él hay jadeos, saliva y bastante amor libre. Pero no es lo que estáis imaginando, guarros. También va a ser un post sin receta. Imagino que ya he perdido la mitad de la audencia: sin sexo, sin comida... pues vaya mierda. Hablando de mierda... de eso sí que va a haber en esta entrada. (Vaya, acabo de perder a la otra mitad.)

La entrada la escribo más que nada porque quería tranquilizar al bueno de Vicent, que me ha dejado un comentario inquieto en el otro blog que tengo, el que habla de pechos (tampoco es erótico, os lo advierto), y como sé que tras sobrevivir a un cáncer antes de los cuarenta en cuanto una estornuda los médicos le mandan una resonancia magnética y dos colonoscopias y todo el mundo se angustia, pues no quería que Vicent (ni Urko, ni otros amables conocidos y desconocidos que me han escrito estos últimos meses) se preocupara inútilmente. Tranquilos: no me muero. Al menos, no ahora mismo. Igual me matan de asco  los médicos (parafraseando a la Señora Hernández) con tanta prueba, examen, palpación, pinchazo, ultrasonido, hurgamiento y aplastujamiento vario, pero de momento muchos oncólogos y otros -ólogos se están ensañando con este cuerpo serrano para asegurarse de que no tengo otro cáncer y de que tengo mucha paciencia. No parece quedarme cáncer (paciencia tampoco). Lo que sí tengo es mucho trabajo (tampoco me voy a quejar, tal y como anda la madre patria). Un profesor de la universidad me aseguró el otro día que la docencia universitaria es un poco como vivir en pareja: el trabajazo son los diez primeros años. Luego es bastante llevadero. Eso me consoló mucho. Miré mi pila de redacciones por corregir y me comí otro Kitkat.

Otra cosa que tengo es una barraca en el sexto pino (vivo unos kilómetros más al norte del quinto pino) bautizada Muffin Manor en un ataque de grandeza, una gata que se llama Julieta y es nuestro objeto delicado decorativo, un estanque con ranas (sin nombre), tres manzanos y un cerezo (también sin nombre). Que vigilo de cerca, obsesivamente. Todas las mañanas salgo taza de café en ristre a inspeccionar mis árboles. Es lo que pasa cuando te mudas al campo: hay gente que agranda su obra y hay gente que vigila a sus frutales, por si se van, o algo. También dejas de llevar maquillaje y te paseas en Crocs. Y te compras sombreros de paja estrafalarios y respiras hondo diciendo: «¡Ah! ¡Qué frescor en el aire!», normalmente cuando tu vecino granjero acaba de echar el abono de estiércol de cerdo en el campo colindante. Monsieur construye cobertizos y sierra y clavetea con pasión. Cada loco con su tema.

Como no tengo ni tiempo de cocinar (Monsieur sigue en modo Ejecutor y me alimenta como buenamente puede), he decidido que lo que necesitaba era aún más trabajo. Porque yo llevaba un par de meses diciendo a mis amigos: «A ver: yo ya he tenido perro. Recuérdame todo lo que dije sobre que nunca tendría otro y por qué». Mis amigos no hicieron muy bien su trabajo. Así que este viernes me fui al refugio de animales con Monsieur a que nos adoptara un perro. Tuvimos suerte: fue muy rápido. Nos adoptó Chica. Fue vernos, olernos, y decidirse: «Estos son los humanos que me convienen. Pinta de incautos, un poco pardillos... les hago dos fiestas y no los dejo pensar hasta que estemos ya en el coche». Y así fue. Una vez en el coche, con Chica sentada en el asiento trasero babeándome la nuca con pasión, durante todo el trayecto de vuelta a casa me iba diciendo «Yo me he dado un golpe en la cabeza. O Algo. Quéhehechoquéhechoquéhehecho». 

Chica es un perrazo (una perraza), un bouvier de Berna mestizo y tiene dos años. La encontraron aullando en una carretera de campo: parece que quiso jugar con un puercoespín (sí, en Quebec esas cosas pululan por el bosque) y al animalito no le gustó. La verdad, tras haber sobrevivido a un encontronazo con dos cervatillos en la carretera del barrio esta mañana, empiezo a imaginarme por qué el puercoespín quiso deshacerse de ella. Algo en su actitud (arfarfarfarfjugarjugarjugarjugar). Nos enseñaron una foto de cuando llegó, tenía el morro que parecía un erizo, la pobre. La tuvieron que operar varias veces para extraerle las púas, que en el caso de los puercoespines pueden tener casi el grosor de un lapicero. También tiene las patas traseras un poco torcidas, parece que las ha tenido fracturadas. El veterinario no sabe si fue un atropello o malos tratos. Eso no parece molestarle para correr y saltar, aunque cuando envejezca tendrá problemas de artrosis, claro. Por el momento tengo compañera de jogging. Chica es lo más afable y cariñoso del mundo, cuando llegamos al refugio estaba acostada entre gatos y nos adoptó en dos segundos, (a Monsieur en uno). Las presentaciones a Julieta están siendo un poco más laboriosas.  Aunque nos han dicho que adora a los gatos y a los humanos de todas formas y tamaños. Su nombre... cuando la vi la llamé -"¡Ven aquí, chica", y Monsieur, cuyo castellano anda un poco oxidado, asumió en el acto que era su nuevo nombre. 

Así que dos días, dos vómitos, muuuchas cacas (os lo he advertido, de hecho, iba a titular este post «Shit happens again», pero no quería asustar a nadie) y varias tazas de pienso para perros más tarde, aquí estamos, yo molida por haber retomado el jogging y con Chica sentada encima de mi pie izquierdo mientras escribo (pesa, la condenada), Monsieur construyendo una caseta de perro y Julieta temblando bajo la cómoda de mi cuarto. Ayer, tras un muy traumático primer intento de presentaciones (arfarfarfarfjugarjugarjugarjugarMEAOWarfarfarfjugarjugarME-AOW!!), le  ofrecí pedacitos de atún para que saliera de debajo de la cómoda. Mientras masticaba, toda delicada, me miraba con cara de grave reproche: -«Cabrones. No hay atún suficiente en el universo para perdonaros el haber metido en casa a ese monstruo del averno». Yo ahora ando practicando todo eso que recomiendan César y la Señora Hernández: intento servirme de mi experiencia como profe en secundaria y practico la asertividad, la fuerza tranquila, cómo ser jefa de manada. Y viene la Chica y me tira al suelo de dos lametazos y me joroba todo el asunto.

sábado, 16 de febrero de 2013

Nutella casera antidepresiva


Queridos lectores: si os portáis bien, un día os contaré cómo nos conocimos Monsieur M. y yo. Por el momento, y para entrar en contexto en la receta de hoy, os basta saber que el hecho de que yo viva en Quebec, Canadá, a dos kilómetros al norte del quinto pino, se debe principalmente a las feromonas. Podría intentar ser más refinada y decir que cuando me tropecé en el camino (literalmente) con mi quebequés de marido, ese homérico hombretón que es grande, zen, y que ha eliminado el apego, sentimos una conexión espiritual profunda, nuestras almas se reconocieron, blablabla, pero lo cierto es que soy bastante cartesiana y creo más bien que el encontrarnos en un contexto en el que ambos estábamos sucios, sudados, y no disponíamos de ningún desodorante y tan sólo de una muda limpia para cambiarnos (muda que dosificábamos con gran parsimonia), probablemente creó un remolino de feromonas que fue el culpable de que ahora yo esté aquí, helándome el trasero seis meses al año. El que yo no hablara francés en la época y él tampoco supiera una palabra de español, y ambos chapurreáramos un inglés aproximativo, debió de ayudar a que las feromonas cumplieran su misión. Cuando no entiendes un pimiento de lo que te está diciendo el hombretón frente a tí, tiendes a fijarte en los detalles: mandíbula viril, hombros anchos como una pala mecánica, ojitos soñadores... ya véis por dónde voy. Cuando un día Monsieur M. se ofreció a lavarme los calcetines en un arroyuelo (suena a madrigal, pero es totalmente verídico), terminó de ganarse mi duro corazoncito. Así que nos enamoramos, nos separamos temporalmente, nos reencontramos, yo emigré, cohabitamos, nos casamos muy a mi pesar, contrajimos una hipoteca -y después otra-, nos mudamos al campo y hasta hoy.  Vivimos felices y comimos muchas cosas, la mayor parte de entre ellas cocinadas por mí.

Recuerdo que la primera vez que me estrechó entre sus brazos de oso yo susurré sin aliento: -«Llévame lejos». Os recomiendo vivamente que tengáis mucho cuidado con lo que susurráis cuando estáis sin aliento, porque, caray, vale lo de irse lejos, pero es que me llevó al norte del paralelo 50.

Ahora, una vez asentados en el Quebec bastante profundo, una vez terminada la mudanza (aún nos quedan cajas por abrir, estamos pensando en donarlas tal cual sólo por no tener que ordenar lo que haya dentro) y la pintura de Muffin Manor, sólo queda mirar el invierno por la ventana. Dicho así suena muy lírico, pero si tenemos en cuenta que llevamos desde noviembre a temperaturas bajo cero y viendo nevar, que en enero hemos pasado un par de encantadoras semanitas a treinta y tantos bajo cero, pues llegado mediados de febrero cada vez que me pongo la parka a las seis de la mañana para rascar el hielo del parabrisas de un coche gélido en el que tengo que ir a trabajar, tengo ganas de agarrar una escopeta de postas y emprenderla a tiros con la parka, las botas, las manoplas y el coche.
 
Ayer nos cayeron quince centímetros -más- de nieve, que fueron a apilarse sobre el metro diez que rodea Muffin Manor, y todo eso a finales de abril aún no se habrá fundido del todo. Mientras nieva a grandes copos (a copones, que diría mi amiga María Fernanda y olé) corrijo pilas y pilas de redacciones. Una sabe que empieza a estar cansadita del invierno cuando se apresura a incorporar a la lista de Monsieur -que se va al súper- la Santa Trinidad para combatir el blues del invierno: Nutella, Oreos y Cheetos. La Nutella a cucharones no será muy sana, pero siempre es mejor que una botella y media de vodka. O emprenderla a perdigonadas con el guardarropa invernal.



Esta receta es el producto de varios intentos de hacer Nutella (o algo que se le parezca bastante) en casa. ¿Por qué? Si bien es cierto que algunos productos en su versión industrial nunca podrán ser sobrepasados por una versión artesanal, el problema principal de la Nutella es el aceite de palma que contiene. Este producto perverso y adictivo sería mucho menos perverso si estuviera elaborado con una grasa más cardiosaludable. Mi receta no contiene más grasa que el aceite natural de las avellanas, y está edulcorada con sirope de arce, mejor que el azúcar blanco refinado. He probado otras versiones edulcoradas con leche condensada (por lo de inventar una receta con ingredientes más accesibles a los lectores españoles), pero me pareció que la crema resultante era tan empalagosa o más que la industrial. No quiero engañaros con la etiqueta «sin culpa»: esto sigue siendo una bomba calórica. Pero bastante más saludable que la que compráis en el súper. Seguro que alguna madre me lo agradecerá.

NUTELLA CASERA ANTIDEPRESIVA: CREMA DE CHOCOLATE Y AVELLANAS
INGREDIENTES
  • 3/4 de taza de mantequilla de avellanas (mejor) o almendras (en tiendas de alimentación natural). Si no podéis encontrarla, probad a moler en el robot de cocina avellanas naturales tostadas (sin sal), aunque tendréis que añadir un poco de aceite (girasol o colza) hasta que la textura sea como la de la mantequilla de cacahuete, cremosa pero bastante espesa.
  • 1/2 taza de cacao negro en polvo puro, de la mejor calidad posible (Valrhona es excelente).
  • 1/2 taza de sirope de arce (o de miel, aunque el sabor cambia bastante y se parece menos al de la Nutella comercial).
  • 1/2 taza de leche.
  • Podéis sustituir los dos ingredientes anteriores (el sirope y la leche) por leche condensada, aunque entonces lo saludable de la receta disminuye bastante.
  • 1 cucharadita de café (o media de té) de extracto natural de vainilla.
  • 1 cucharada sopera de azúcar de coco o stevia, o simplemente de azúcar moreno o blanco.
  • Una pizca de sal.
Verter todos los ingredientes en un recipiente de batidora (los ingredientes en polvo al final). Batir hasta que la mezcla sea homogénea y untuosa. Se conserva en el frigorífico (por la leche fresca que contiene), así que endurecerá. Si os sale muy líquido podéis ajustar la textura aumentando gradualmente la cantidad de cacao y avellanas. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Galletas del bosque con especias y... un misterio de mierda


Interior, día. En la cocina de Muffin Manor, en un punto norte de las boscosas tierras quebequesas, a dos kilómetros del quinto pino. Bloguera Indigna desayuna en el mostrador de la cocina delante del portátil, instalada en un taburete. A su espalda, la ventana de la cocina da a un grupo de abetos cargados de nieve. Frente a ella desfilan los resultados de su búsqueda en Google Imágenes: fotos de excrementos de oso pardo, deyecciones de oso negro, heces de grizzly, defecaciones de alce, estiércol de ciervo, deposiciones de reno, detritus de zorro. Hasta cree haber visto pasar una foto de los excrementos de Pippa Middleton y otra (santa reliquia) de los de Juan XXIII, de feliz memoria. Pero no está muy segura. Es muy temprano en esta zona nórdica del mundo para poder discernir muy bien entre tanta mierda que uno encuentra por Internet. Y miren que ella ha pasado horas viendo mierda en línea (sí, Bloguera Indigna también está enganchada a Facebook). Hasta el momento, durante su investigación exhaustiva Bloguera Indigna no ha encontrado nada concluyente. Sólo muchas fotos que le confirman que por el mundo anda una cantidad increíble de gente fotografiando caca (y subiendo las fotos a Internet) y que existen muchos más sinónimos de la palabra «excremento» de lo que uno pueda pensar en un principio. 

Mientras se toma su café matinal con galletas de especias contemplando diversos montones de excrementos y sus descripciones (de oso pardo, de mapache, de mofeta, de marmota), Bloguera Indigna piensa que la gente normal probablemente no desayuna leyendo estas cosas. ¿Cómo ha caído tan bajo, os preguntaréis? ¿La vida forestal ha acabado con el poco refinamiento y cosmopolitismo que le quedaban? ¿Es posible que en tan sólo seis meses de vida campestre haya pasado de mirar recetas de macarons a la lavanda a fotos de boñigos? 

Este deterioro progresivo de la vida interior de Bloguera Indigna no se debe sólo a su mudanza campestre, ni a los meses de brocha y rodillo que sucedieron a la mudanza, ni a la vuelta a la docencia (y a la decencia, tras tanto escayolismo y brocha gorda), que la mantiene tan ocupada que ya casi ni cocina. No. En Muffin Manor, tranquila cabaña rodeada de abetos y arces, donde el estruendo mayor es el de los grillos y las ranas en verano y el de los ronquidos de Monsieur M. en invierno, pasan cosas, queridos lectores. Cosas misteriosas. Todo comenzó una noche de finales de otoño, cuado los arces ya habían perdido las hojas y las temperaturas empezaban a caer bajo cero...


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Interior, noche. En el salón de Muffin Manor. Monsieur M. y Esposa Indigna vegetan tranquilamente en el sofá, cuando un ruido enorme suena en el tejado y hace temblar toda la casa. Esposa Indigna, que como de costumbre ha dado el golpe de Estado por el control del mando a distancia, corta el sonido de la tele. No hay viento, así que no puede ser una rama. A Esposa Indigna le da por preguntarse como a una cretina si un oso podría haber aterrizado ahí. Monsieur M. sale a explorar con una linterna por la puerta lateral que da al terreno boscoso que rodea la casa y ella le sigue valientemente, pero a una distancia respetable. Si el oso está cabreado ahí se las merenguen los dos. Ella es demasiado mona para ser desfigurada por un oso negro. Una mofeta enorme corre a refugiarse bajo el porche de madera que rodea la casa y Esposa Indigna retrocede lentamente hacia la puerta. Ella es demasiado mona para apestar durante días. Y trabaja de cara al público. La mofeta no parece tener la intención de salir de debajo del porche, pero nunca se sabe. En sus años de vida canadiense Esposa Indigna ha aprendido que es mejor no sobresaltar a una mofeta. 

Monsieur M. termina su vuelta de reconocimiento y entra en casa con aire de haber cumplido la parte masculina del contrato de vida en pareja. Debate sobre el causante del ruido en la cama conyugal: las mofetas no trepan. -«Quizá un mapache haciendo el tonto», aventura Monsieur M. -«Un mapache enorme», comenta Esposa Indigna. Monsieur M., siempre tranquilizador, se pone a roncar suavemente. Esposa Indigna mira al techo y piensa en el lado inquietante de vivir en el bosque. 

(Aquí debería hacer un aparte zoológico para mis lectores españoles: los mapaches son cosa corriente no sólo en el campo profundo quebequés donde vivimos, sino en los suburbios y en pleno Montreal. Así como las mofetas, las marmotas y las ardillas. Quebec es inmenso, con enormes superficies inhabitadas, y hasta en una ciudad como Montreal hay muchas zonas verdes y una densidad de población mucho menor que en cualquier capital española, lo que permite que estos animalitos se adapten bastante bien a la vida urbana. Los que viven alrededor de Muffin Manor, que viven una vida mucho más tranquila que los de la capital, han tomado nuestro contenedor de compost como un buffet. Nosotros echamos nuestros restos vegetales y ellos se sirven. Barra libre.)

Días después del incidente National Geographic el misterio del animal que saltó sobre el tejado se pone más y más inquietante. Al volver de su paseo habitual por el bosque colindante, Monsieur M. llama a Esposa Indigna y le enseña una inmensa pila de excrementos que ha encontrado sobre una roca en la linde del bosque detrás de casa y, o tres vecinos adultos llenos de fibra han venido a aliviarse en su terreno al mismo tiempo, o aquí hay bichos muy gordos. Esposa Indigna entra en casa y googlea frenética imágenes de "bear poop". Un poco sobrepasada, decide consultar a expertos. Escribe un correo a la señora Hernández, amiga y aguerrida periodista del Pets Journal y experta en excreciones animales de todo tipo. En vano.

Bloguera Indigna no ceja en su empeño de aclarar el origen de los misteriosos excrementos del bosque rodeando a Muffin Manor. Sobre todo porque piensa tomar algunos tés con galletitas en el jardín el verano que viene y no le gustaría ser masticada por ningún mamífero de talla respetable. Tras haberlos debatido minuciosamente con Lady D. (que aparte de ser alternativa y bastante hippie tiene un punto muy girl scout, y que vino expresamente para hurgarlos con un palo, fotografiarlos, estrujarlos, ugh, entre los dedos y olerlos detenidamente), ésta le envía un correo lleno de fotos de boñigas y cagotes varios. Éste es el motivo por el que Bloguera Indigna desayuna mirando imágenes de materias fecales. El veredicto de Lady D.: es un alce. A pesar de su experiencia montañera no fue fácil de reconocer porque el dicho alce que había venido a desahogarse en nuestro terreno parece que no se encontraba bien, vamos, que eran excrementos de alce recién salido de un sushi bar un poco sospechoso.

Alborozada por haber encontrado al fin la solución al enigma, Bloguera Sherlock corre al taller de carpintería de Monsieur M. para contarle el resultado de sus investigaciones. Monsieur M. continúa lijando, imperturbable. -«¿Y? ¿No dices nada? ¡Es la  solución al misterio!», exclama Bloguera Sherlock.
-«Pues vaya misterio de mierda», responde Monsieur M.


































GALLETAS DEL BOSQUE CON ESPECIAS (SPECULOOS AL ESTILO BELGA)

A menudo se describe a estas aromáticas y picantitas galletas como galletas navideñas. Lo cierto es que en Holanda (donde se llaman speculaas) se comen todo el año. Son deliciosas untadas en un té, porque, ojo, resultan un poco duras -aunque muy ricas- para comer tal cual. El que avisa no es traidor.

INGREDIENTES (para unas dos docenas, dependiendo del tamaño de los cortapastas).

Todas las especias que incluye esta receta son molidas. Las galletas ganarán mucho en sabor y aroma si podéis moler (o rallar) las especias en el momento de prepararlas.

  • 2 tazas de harina blanca
  • 1 cucharada sopera de canela
  • 2 cucharadas de té de jengibre
  • 1 cucharada de té de clavo 
  • 1/2 cucharada de té de cardamomo
  • 1/4 cucharada de té de nuez moscada
  • 1/4 cucharada de té de pimienta de Jamaica (allspice)
  • 1/4 cucharada de té de pimienta negra (o rosa, aún mejor)
  • 1/2 cucharada de té de levadura en polvo (tipo Royal)
  • 1/2 cucharada de té de sal
  • 1 taza y 1/4 (bien comprimida) de azúcar moreno
  • 1/2 taza (1 bastón aquí en Norteamérica) de mantequilla a temperatura ambiente o punto pomada
  • 1 huevo hermosote

ELABORACIÓN

Precalentar el horno a 180º. En un bol o ensaladera grande, tamizar y mezclar la harina, las especias, la sal y la levadura. En otro bol, batir vigorosamente el azúcar moreno y la mantequilla hasta que estén bien mezclados y tengan un aspecto pálido y ligero. Añadir el huevo y batir de nuevo hasta que todo resulte cremoso y blancuzco. Incorporar gradualmente la mezcla de harina y especias, pero esta vez procurar batir sólo lo justo para que desaparezcan en la mezcla. Cuanto más se bate, más densas resultan las galletas.

Dividir la masa resultante en dos bolas, aplanarlas ligeramente en dos discos gorditos y envolverlos con film plástico. Refrigerar la masa durante 1 hora, será mucho más fácil de manipular y de cortar en formas más precisas.

Cubrir un par de bandejas de horno con papel de pergamino de cocina. Aplanar los discos con el rodillo hasta un espesor de unos 4 milímetros. Un truco para que las galletas resulten menos secas es frotar la superficie del mostrador donde las cortéis con azúcar glas en lugar de con harina. Las galletas se imprimen con unos moldes tradicionales en Holanda y en Bélgica, pero con unos cortapastas con formas bonitas también serán muy comestibles. Untar el cortapastas en azúcar glas cada vez que vayáis a cortar una galleta. Si en lugar de trabajar directamente encima del mostrador de la cocina lo hacéis sobre una hoja de papel encerado, será más fácil levantar las galletas una vez cortadas y pasarlas a la bandeja de horno. Espaciarlas unos dos centímetros. Hornear hasta que se doren (olerán divinamente) y los bordes empiecen a oscurecer, unos 8 minutos. Tras sacarlas del horno, esperar unos 5 minutos y pasarlas a una rejilla para que se enfríen. Repetir la operación («reciclando» los recortes de masa) hasta terminar la masa. Si la masa se ablanda tanto que es difícil levantar las galletas y pasarlas a la bandeja de hornear sin que se rompan, meterla un cuarto de hora en el frigorífico.

Decorar con glasa real o chocolate blanco. Se conservan más de una semana en una caja hermética, y la masa se congela muy bien. Untarlas en un buen té chai o café con leche atisbando por la ventana al acecho de animales silvestres.


lunes, 7 de enero de 2013

Invernal

Empiezo el año dejándoos un regalito de Reyes: unas imágenes del magnífico invierno quebequés tomadas en los bosques que rodean a Muffin Manor.