lunes, 24 de diciembre de 2012

Feliz Navidad

 “There are many things from which I might have derived good, by which I have not profited, I dare say,' [...] 'Christmas among the rest. But I am sure I have always thought of Christmas time, when it has come round [...]  as a good time; a kind, forgiving, charitable, pleasant time; the only time I know of, in the long calendar of the year, when men and women seem by one consent to open their shut-up hearts freely, and to think of people below them as if they really were fellow-passengers to the grave, and not another race of creatures bound on other journeys. And therefore, though it has never put a scrap of gold or silver in my pocket, I believe that it has done me good, and will do me good [...]! ”
― Charles Dickens, A Christmas Carol

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Ya está. El pavo -del tamaño de mi sobrino- está marinando en vino blanco y hierbas. El relleno está esperando listo a ser introducido de manera muy poco digna en el pavo. Las galletitas de jengibre están hechas, el árbol decorado, los regalos envueltos. Monsieur M. ha paleado la abundante nieve que nos ha caído aquí en los Laurentides para abrir un caminillo hasta la puerta principal de Muffin Manor. Quedan exámenes por corregir, pero pueden esperar hasta después de Navidad. La limpieza no está hecha, pero en mi opinión limpiar antes de recibir a la horda familiar es tan inútil como absurdo. Prefiero servirles abundante vino caliente con canela y ponche de huevo con ron, ambos disimulan las pelusas de manera asombrosa. ¿Qué me queda por hacer? Pues mil cosas. El blog está entre ellas. Mi historia culinario-policiaca por entregas. Y mis recetas de temporada. Y mi ya casi tradicional cuento de Navidad, que se ha quedado en borrador. Lo realmente importante en estos momentos es que la vida no se nos quede sólo en un borrador, absortos delante de una pantalla. Y pasar tiempo con la gente que queremos, comer cosas ricas, abrazar a los amigos, besar a nuestras parejas, jugar con los sobrinos, achuchar a los padres y a los hijos, rascar a los gatos. Esas cosas. Y poder seguir haciéndolo este año que va a comenzar. Y muchos otros, si es posible.

Se os echa de menos. Para el 2013, y todos los años por venir, os deseo que lo urgente no os haga olvidar lo importante, como dice Marona. Un abrazo virtual a todos. Ahora id a dar a alguien uno real.


domingo, 18 de noviembre de 2012

Los 50 libros que hay que leer antes de morir. O antes de dormir.



Sí. OTRO post sin receta. Los golosos no estáis de suerte. Sigo trabajando a ritmo inhumano y el horno de Muffin Manor está ahí, triste e inactivo, pero he pensado que este post podría interesar a otro tipo de glotones: los literarios. Los que me leéis desde hace un tiempo recordaréis que este blog, entre las muchas tonterías que cuenta, se permitía de vez en cuando recomendar lecturas. Lecturas ligeras, nada serio ni con pretensiones literarias, novelas con crímenes y recetas de tartas en su mayor parte. 

Hace tiempo un amigo resurgido de un pasado lejano y español, me escribió pidiéndome recomendaciones de lectura. Como ese amigo en cuestión parece confiar extrañamente en mi criterio (lo de extrañamente es porque ambos conocemos a gente mucho más -y mejor- leída que yo), me sentí inmediatamente abrumada por la responsabilidad.  Me puse manos a la obra, seria y aplicada, intentando superar los dos problemas principales: mi amigo es un hombre de mi edad (vamos, joven), pero un hombre, no obstante. No es culpa suya, nació así. Y como lo perdí de vista décadas enteras, (la última vez que nos hablamos creo que él debía tener unos tiernos dieciocho años), pues en realidad no lo conozco bien, no sé quién es ahora. Y yo tampoco leo lo mismo que en aquella época. 

Para los que ya estáis mesándoos el pelo, acusándome de sexista delante de vuestros ordenadores, os diré que, siendo muy consciente de que esto es una generalización, y como todas las generalizaciones no vale gran cosa, con el tiempo he podido constatar que los hombres y las mujeres no leen las mismas cosas. No exactamente. No todo el tiempo. Yo nunca me he extasiado sobre la obra de Jane Austen en una conversación con un miembro del sexo opuesto. No con uno heterosexual, en cualquier caso. Espero impaciente el día en que pueda hacerlo, creo que le pediré que se case conmigo. Pero por eso publico esto hoy: para aprender, para que me derribéis tópicos y, sobre todo, para qué ocultarlo, porque no sé qué leer últimamente.

Así que como a todos nos gusta jugar a hacer el palmarés de «Los 50 libros que hay que leer antes de morir» (o los 100, o los mil), os voy a pedir que me escribáis el vuestro en los comentarios. No tienen por qué ser 50 ni cien libros, sólo escribir los libros que os han marcado ya es estupendo. Pero si queréis tomaros la molestia de escribir una lista más larga, pues genial. En realidad a mí esto de la lectura «obligatoria» para hacerse con una cultura me pone de los nervios... uno lee porque la vida sola, sin libros, es un coñazo, por no hablar de las salas de espera y de los autobuses... uno lee -y escribe- porque la realidad no es suficiente.

Una advertencia: leed mi lista sin juzgar, como yo leeré las vuestras. La mía la he escrito con la mayor honestidad posible, intentando no incluir ningún título que no me haya dejado un recuerdo bueno e imborrable. Vamos, que no aspiro a impresionar a nadie. No hay nada original ni quizá -piensen los puristas- particularmente bueno. Sin embargo, he hecho un poco de selección: he dejado fuera de la lista la enorme cantidad de libros policiacos y otros engendros que me han hecho disfrutar horrores (como, yo qué sé, las novelas de Charlaine Harris), e intentado limitarme a lo que se puede llamar literatura. La idea no es impresionarnos mutuamente con nuestra deslumbrante cultura: la idea es proporcionarnos horas de agradable lectura de autores que no nos hubiera dado por descubrir solos.

Guardaos para vosotros los psicoanálisis de aficionado y los patrioterismos. Lo digo por la anglofilia manifiesta que deja entrever mi lista de favoritos, y la patente ausencia de autores hispanos, así como por mi amor evidente por la novela gótica y las historias de amor tumultuosas y decimonónicas. No empecéis a escribirme comentarios sobre si desprecio las letras hispanas, por favor. Si empezáis a sacar conclusiones sobre mi persona, podéis meteros las conclusiones donde os quepan. Yo lo único que quiero es leer. Y si nos descubrís algo nuevo a todos, incluyendo a mi amigo, os adoraremos por ello.

Ahí va:

•  «Miedo a volar», de Erica Jong. Mi revelación feminista (infinitamente más divertida que la petarda de Sylvia Plath). Si lo releyera ahora quizá me parecería muy malo, pero como me marcó tanto no quiero estropearlo. Lo mantengo en el recuerdo.
«Cumbres Borrascosas», de Emily Brontë
«Jane Eyre», de Charlotte Brontë
«Tess de Uberville», de Thomas Hardy (la traducción del título desanima, lo sé)
«La letra escarlata» y «El romance de Blithedale», de Nathaniel Hawthorne
«Orgullo y prejuicio», de Jane Austen. Para chicas (sí, por mucho que digamos...) o para caballeros bastante románticos.
«A Long Fatal Love Chase», de Louisa May Alcott (sí, sí, la autora de «Mujercitas»... imagino que una se queda enganchada a sus primeras lecturas). Lo peor es que no recuerdo si lo leí en inglés o en español, pero no encuentro ninguna edición traducida. En cualquier caso, largo, melodramático, lleno de amores tormentosos. Seres dotados de testosterona abstenerse. Seres dotados de estrógenos abstenerse si no sentís una fascinación extraña por desenterrar novelas del siglo XIX que no le gustan a nadie.

AMORES PROHIBIDOS (SIEMPRE INTERESANTES)
«Lolita», de Vladimir Nabokov
«El amante», de Marguerite Duras
«Doctor Zhivago», de Borís Pasternak
«El amante de Lady Chatterley», de D. H. Lawrence
«Maurice», de E. M. Forster

PARA ECHARSE UNAS RISAS
«La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey», de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows. Entrañable. El libro que te recuerda tu amor por los libros.
«Sin noticias de Gurb», de Eduardo Mendoza
«Ensayos (o cuentos, depende de la edición) humorísticos», de Mark Twain.
«Un yanqui en la corte del rey Arturo», de Mark Twain. El clásico recomendado desde siempre es «Las aventuras de Tom Sawyer», pero a mí me divirtió mucho más éste.
• Cualquier libro de la serie «El pequeño Nicolás», de René Goscinny
«La reina y yo», o cualquiera de la serie «El diario secreto de Adrian Mole», de Sue Townsend
«El diario de Bridget Jones», de Helen Fielding. Sí. Indispensable.
«Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse», de Dany Laferrière (autor quebequés)

UN POCO DE NOVELA INQUIETANTE Y ALGÚN CRIMEN QUE OTRO
«Drácula», de Bram Stoker
«Frankenstein», de Mary Shelley
«El extraño caso de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde», de Robert Louis Stevenson.
• Cualquier cuento de Edgar Allan Poe, especialmente «El corazón delator», «La caída de la Casa Usher» y «Berenice».
«El retrato de Dorian Gray», de Oscar Wilde
«Otra vuelta de tuerca», de Henry James.
• Cualquiera de Dickens. Entre los deprimentes, mis favoritos son «Oliver Twist» y «La tienda de antigüedades», aunque un profe de literatura te recomendaría «Casa desolada». Entre los que dan ganas de vivir, sin duda mi favorito es «Canción de Navidad», aunque los «Papeles póstumos del Club Pickwick» también me gusta.
«Las aventuras de Sherlock Holmes», de Arthur Conan Doyle. Por supuesto.
«El nombre de la rosa», de Umberto Eco.
«El secreto», de Donna Tartt. Advertencia: esta novela no es la clásica policiaca con mucha acción. Tartt no abruma con hechos, a ella le gusta inquietar al lector con atmósferas. Es posible que te resulte soporífera. A mí me gustó.

FANTASÍA Y CIENCIA FICCIÓN (Estoico Hermano es en gran parte el culpable de que esto forme parte de mi lista)
«Dune», de Frank Herbert. Esencialmente los dos primeros. Después estira demasiado la saga
«Memorias encontradas en una bañera», de Stanisław Lem
«El hobbit», de J.R.R. Tolkien.
«Harry Potter». TODA la serie. De J.K. Rowling
«Las crónicas de Narnia». Al menos el primero: «El león, la bruja y el armario». De C. S. Lewis

ESOS QUE ME GUSTAN Y NO SON CLASIFICABLES... MELANCOLÍAS Y NOSTALGIAS VARIAS
«La muerte y otras sorpresas», «Despistes y franquezas» de Mario Benedetti (en realidad, cualquiera de Benedetti) y su inventario de poesía.
«El libro de los abrazos», de Eduardo Galeano
• Poesía de Cesare Pavese
• Poesía de Walt Whitman (sí, sí, yo solía leer mucha poesía... *suspiro*)
«Matar un ruiseñor», de Harper Lee
«La cabaña del tío Tom», de Harriet Beecher Stowe
«El animal moribundo» y «La mancha humana», de Philip Roth
«Retorno a Brideshead», de Evelyn Waugh
«Nunca me abandones» y «Lo que queda del día», de Kazuo Ishiguro
«Sangre de mi sangre», de un canadiense: Alistair MacLeod
«Un árbol crece en Brooklyn», de Betty Smith

MALA VIDA (esta fase se me pasó hace mucho, pero siempre viene bien acordarse...)
«Trópico de Cáncer», de Henry Miller
«El Diario de Anaïs Nin», de la autora homónima
«Música de cañerías», de Charles Bukowski
• Jean Genet... etc.

Y, BUENO, LOS CLÁSICOS...
«La montaña mágica», de Thomas Mann
«El perfume», de Patrick Süskind
«Encender un fuego», «Colmillo Blanco»... todo Jack London.
• Boris Vian
• Colette
• Pat Conroy. Prácticamente cualquiera, tanto las novelas sureñas como en las que habla de educación. Mantengo que este hombre va a ser un clásico de la talla de Tennessee Williams o Faulkner. A ver si paran de tratarlo como si fuera un autor de novelas Arlequín.

Estoy segura de que si mañana escribiera otra lista, sería diferente, me vendrían a la memoria otros autores, dependiendo de mi agilidad neuronal del día y de mi estado de ánimo. Pero con esta lista ya hay con qué entretenerse. 

¿Y vosotros? ¿Qué proponéis? Espero vuestras listas.

domingo, 28 de octubre de 2012

Gatitud y gratitud

Pérez-Reverte escribió una vez en una crónica muy emocionante sobre una perra abandonada en una gasolinera que seguía esperando a sus dueños después de un año, que ningún ser humano vale lo que valen los sentimientos de un buen perro. Sin ser tan extrema, yo diría que algunos seres humanos no valen lo que valen los sentimientos de un buen perro o un buen gato. Estoy convencida. 

Hace ya casi dos semanas que enterramos a Alfonso en el jardín de Muffin Manor, frente al estanque de las ranas. Alfonso, nuestro gato-perro, como lo llamaba una buena amiga, se fue de la misma manera en que había vivido: rápido, de buen humor, sin quejarse, ronroneando y confiando plenamente en nosotros y dando muestras de afecto a pesar de que debía de estar sufriendo un auténtico calvario. El tumor que tenía era enorme, óseo, extendido a buena parte de la mandíbula, y el único tratamiento posible era operarle y cortarle un pedazo de la misma. La calidad de vida que le hubiera quedado tras esa tortura habría sido lamentable. Aún así, es muy posible que ya tuviera metástasis en los pulmones. La veterinaria nos dijo que lo mejor era una eutanasia, y que nuestro gatazo, de casi trece años, ya había vivido una buena vida. Le pedimos estar presentes mientras le daba la inyección, y lo acariciamos mientras se le paraba ese corazón tan enorme que tenía. Alfonso no se dio cuenta, estaba anestesiado y dormía tranquilamente, algo que sabía hacer muy bien (horas y horas de práctica :-). Era lo mínimo que podíamos hacer por un animal que siempre ha estado presente en nuestros peores y mejores momentos. Esa misma mañana, antes de salir para el veterinario, habíamos compartido una sesión de rascada de cogotillo y ronroneos estruendosos mientras yo me tomaba el café.

Al volver a casa lo enterramos en el islote frente al estanque. A Monsieur M. se le caían unos lagrimones gordos como garbanzos mientras cavaba la tumba (hay algo profundamente triste en el hecho de ver a un hombre tan grande llorar por un ser tan pequeño). Yo planté unos bulbos de tulipanes para marcar el sitio. Ahora que el estallido de color otoñal ha terminado en Quebec, y los árboles han perdido las hojas, la bruma y los días grises de finales de octubre y noviembre acompañan perfectamente a lo que siento cada vez que miro por la ventana y veo el pequeño túmulo de piedras.

Fonso era fiel, adorable, paciente y estaba siempre de buen humor. Más de lo que se puede decir de muchos maridos.  Tenía ese don de ganarse el cariño de todos los amigos a los que no les gustan demasiado los gatos. Se dejó estrangular repetidas veces por mi sobrino cuando éste era demasiado pequeño como para saber tratarlo con delicadeza, y nunca lo arañó. Soportaba todos sus estirones, achuchones y dedos en los ojos con una paciencia remarcable y cierta cara de resignación. En los momentos bajos siempre estaba ahí, lamiéndote un mechón de pelo para animarte, ronroneando como diciendo: -«Venga, seguro que no es tan grave, deberías lanzarme la pelota y olvidarte un poco de todo eso». Cuando estaba enferma lo detectaba antes que ningún médico y venía a enroscarse en mi regazo. Cuando intentaba leer el periódico (en la época en que era de papel), invariablemente se acostaba sobre la página que estaba leyendo. Ante mi mirada censuradora se ponía tripa arriba, recordándome sus prioridades: vale, la crisis, sí, pero... ¿y las rascadas de barriga? Alfonso ha sesteado sobre una cantidad increíble de exámenes por corregir y pilas de artículos universitarios . Puede que de ahí le viniera su sabiduría. La camaradería era innata.

Sé que era un gato, y que ha vivido una vida mejor que muchos niños en este planeta de locos. Ha comido varias veces al día durante toda su existencia, y probablemente ha recibido más cariño que muchos seres humanos. Pero era mi gato. Una parte -felina- de nuestra familia. Gordo, simpático y afectuoso. Y yo lo quería. Su simple existencia me hacía sonreír. Es difícil hacer justicia a tanto amor desinteresado como el que recibí de ese animal con mi vocabulario limitado. La gente podría aprender sobre el amor inspirándose de los animales. Yo he aprendido mucho. 

Gracias por todo, Fonso. Espero haberte correspondido dignamente en la medida de mis posibilidades. Al fin y al cabo, yo sólo tengo un corazón humano. 


lunes, 15 de octubre de 2012

Otoño

El otoño ya está aquí de nuevo. Parece que hace dos días que era verano, que nos mudamos, que estuve en Nueva York con Noema en unas vacaciones estupendas de exploración gastronómica. El tiempo pasa tan rápido como las bandadas de gansos salvajes que han sobrevolado Muffin Manor durante las dos últimas semanas, anunciando que la nieve no anda lejos. Los días de octubre que llevan a Halloween se suceden, dorados, el aire matinal es fresco (ya casi frío) y límpido aquí en mi nueva región, los montes Laurentides, las hojas crujen bajo los pies y el olor de la lana de mi jersey favorito vuelve a acompañar mis paseos. La gente ha sacado las calabazas a la puerta y los supermercados venden paquetes enormes de caramelos que los adultos compramos diciéndonos que son para dar a los críos en la noche de Halloween y que nos zampamos a escondidas. Poco a poco nos hemos ido apropiando la nueva barraca. La cocina se ha llenado de aromas de crema de calabaza y jengibre, de tarta de manzana y de pastel de zanahoria con especias, y al fin la casa ha empezado a oler a nuestra casa.

Como le decía a un lector en los comentarios, me muero de ganas de sentarme a escribir y tengo recetas en reserva en el disco duro, y fotos, y los próximos capítulos de la tercera temporada :-) de mi historia detectivesca por entregas (esos en la cabeza, y en un cuaderno). Pero es que la mudanza ha sido brutal. La reforma y pintura de la nueva «choza» han sido brutales (todo con estas manitas). La vuelta a las clases está siendo brutal. La universidad me consume todo el tiempo (porque yo tendré imaginación, pero las clases que doy tengo que prepararlas igual :-). Y también hay que vivir. Hay que andar por el bosque y recoger hojas, hacer galletas, rascarle la barriga a Alfonso, comer sopa, beber tés con los amigos, ir al cine, leer novelas de crímenes y plantar bulbos de tulipanes delante de la ventana de la cocina. 

Que sepáis que no es desidia, ni hartón de blog (hay épocas en las que pasa, porque es mucho trabajo), ni falta de ideas. Es simplemente que en Canadá los días tienen solamente 24 horas. Hasta que las cosas se calmen un poco, os dejo unas fotos de mi nuevo entorno. Para que veáis que el otoño en Quebec sigue siendo espléndido.



   



domingo, 1 de julio de 2012

Vacaciones


...mmmás o menos. Estamos en pleno caos post-mudanza, así que tengo por delante algunas semanas de brocha y rodillo. Cuando haya colgado la ansiada hamaca y desenterrado los moldes de repostería de la caja donde yacen, retomaré el blog. Prometo nuevos capítulos, recetas, fotos y absurdeces varias, todo ello desde Muffin Manor. Porque con vistas al bosque seguro que se escribe mejor. O al menos, más contenta. Entretanto, buen verano a todos.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Mudanza (III): Hamaca

Monsieur M. y Esposa Derrengada siguen empaquetando furiosamente su vida entera en cajas de cartón convenientemente etiquetadas y apiladas. Alfonso proporciona apoyo felino metido en una caja vacía y ronroneando encantado. Una parte importante del arte de la mudanza en pareja es tener presente en todo momento que tus cosas de gran importancia y valor sentimental son básicamente porquerías a los ojos de tu pareja, y que sus porquerías son cosas de gran importancia y valor sentimental para él. Recordar esto os puede evitar un divorcio.

Tras dos semanas de empaquetado intensivo, los criterios de selección qué-tiramos/reciclamos/damos/nos-llevamos han cambiado de manera perceptible. También dependen mucho de la hora.  Por ejemplo, al final de la tarde no es raro sorprender este tipo de conversación en las profundidades del sótano de la barraca montrealesa:

Monsieur M., cargando con una caja que lleva en el trastero quién sabe cuánto, abriéndola y contraviniendo a las normas fijadas por su Derrengada Esposa: si está en una caja, no sabes lo que es, y no lo has sacado en tres años, puedes lanzarlo directamente a la basura. Sin pasar por la casilla de salida. :-« Ha llamado mi hermano.» Hurga en la caja. Saca un walkman. De los que funcionaban con cassettes. -« Dice que nos presta el remolque. Si lo enganchamos al pickup vamos a poder llevar las cosas más frágiles antes de que venga la compañía de mudanzas. »

Esposa Derrengada, pañuelo a la cabeza, buzo de obrero, sudorosa, polvorienta, no levanta la vista de SU caja, que contiene todos los regalos insensatamente feos que ha recibido desde que vive en Canadá, entre ellos tres jarrones (¿qué le pasa a la gente con los jarrones?), unas decoraciones de Navidad de ganchillo y variados recuerdos de las vacaciones de miembros de la familia, y masculla: -« O podemos meter en él a Alfonso, y ahorrarnos cuarenta y cinco minutos de maullidos desesperados. » (Alfonso no es buen viajero).

Monsieur M., mirándola de reojo: -« Pareces un poco, hum, irritable. Mi diosa. » Se apresura a añadir.

Esposa Derrengada, con cierto sarcasmo: -« ¿Irritable? ¿Yo? ¿Y por qué? ¿Porque la casa es un caos tal que va a ser declarada una maldita zona catastrófica? ¿Porque llevamos un mes empaquetando cosas absurdas? ¿Y comiendo materia congelada no identificada? ¿Porque cuando no estoy empaquetando estoy preparando clases, corrigiendo, trabajando, vaya? ¿Porque ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que hice algo extravagante como, qué sé yo, ir al cine? ¿O sentarme en el sofá y no hacer NADA? » Vale, es cierto, una ligera histeria tiñe sus palabras.

Monsieur M.: -« Creo que tú vas a ir en el remolque con Alfonso, reina mía. » Antes de que Esposa derrengada pueda gruñir una respuesta, Monsieur M. saca un rollo de tela de la caja en la que está hurgando: -« ¿Y esta hamaca? ¿De dónde sale? »

Esposa Derrengada, murmura mientras observa, atónita, un coco tallado en forma de mono que alguien les trajo de sus vacaciones en Cuba: - «Uhm, Dan, creo. Te la regaló por tu cumpleaños, hace unos cuatro años. El hecho de que no tuvieras en el patio ningún árbol donde colgarla no pareció preocuparle lo más mínimo. »

Monsieur M.: -« Entonces ya va siendo hora de dársela a alguien. »

Esposa Derrengada, un tanto agresiva, esgrimiendo el coco: -« Ni. Se. Te. Ocurra. » « Esa hamaca, y la imagen de mí misma durmiendo un siestorro en ella una vez colgada entre dos árboles detrás de la nueva casa es lo único que me mantiene funcional ahora mismo. Esa hamaca y ese siestorro potencial que visualizo en lontananza -tras la mudanza, la limpieza, la pintura y haber desempaquetado todo esto- es lo que me está conservando la cordura, es la zanahoria colgada del bastón que impide que rocíe esta pila de cajas con tu mejor Single Malt y les prenda fuego. No. La. Toques. » Respira hondo y lanza furiosamente el coco a la bolsa de basura en la sección « Para tirar ». El proyectil asusta a Alfonso, que sale disparado.

Monsieur M., la mira boquiabierto y un poco asustado: -« Euh, mon p'tit loup, propongo que esta noche pasemos de  vaciar el congelador y vayamos al chino. Creo que nos va a venir bien salir de casa. »



lunes, 21 de mayo de 2012

Mudanza (II): Majestuoso

Monsieur M. y Esposa Indigna se pasean por la enésima tienda de muebles con mirada vidriosa y paso cansino. Su misión: encontrar LA cama conyugal. Y el colchón correspondiente. O en su defecto, encontrar UNA cama en la que desplomarse cuando termine el día de la mudanza. A estas alturas a Esposa Indigna ya empieza a darle bastante lo mismo, más que nada porque en lo que van de semana ya han comprado un sofá, un sillón, un frigorífico (sin congelador), un congelador (sin frigorífico, imprescindible cuando uno vive a kilómetros del súper más próximo, y muy útil en caso de que uno quiera congelar, qué sé yo, unos gansos, un alce, un marido que pretende comprar electrodomésticos y piezas mayores de mobiliario a velocidad de sprint). Aquí hay que aclarar que tanto Monsieur M. como Esposa Indigna merecen una cama nueva: han pasado trece años durmiendo en un futón sumamente espartano sin pies ni cabecera, y ahora que Esposa Indigna es oficialmente cuarentona y Monsieur M. un hombretón en pleno esplendor maduro y viril con las rodillas que crujen, ambos quieren una base de cama que levante más de diez centímetros del suelo. Algo de lo que sea más fácil extraerse por las mañanas.

Ésta es la primera vez que Esposa Indigna va a comprar muebles a una tienda de personas mayores. Hasta ahora todos los muebles que había comprado en su vida tenían nombres con å y ö y venían con instrucciones de montaje estilo huevo Kinder. Es una experiencia nueva para ella. Una experiencia de la que podría prescindir tranquilamente.

Esposa Indigna, que ya arrastra el cansancio acumulado de su trabajo, de la mudanza y de kilómetros y kilómetros de tiendas de muebles pobladas de agresivos vendedores a comisión que le ofrecen insistentemente el último set de dormitorio « Lujuria y cuero en Versalles », « Dormitorio vaticano » o « María Antonieta atiborrada de esteroides » (es una cosa que tienen bastantes quebequeses, esa pasión por los muebles estilo Luis XVI) espera con impaciencia el momento de probar el colchón. Lo que al principio de la jornada era un tanto embarazoso, ahora se ha convertido en su parte favorita del día. El vendedor guía a Monsieur M. y Madame hacia la parte de colchones, ellos le explican pacientemente sus gustos y necesidades: más bien durito, nada de muelles, porque aquí Monsieur pesa el equivalente a dos Mesdames, y cuando estornuda en un colchón de muelles Madame rebota abundantemente. Látex. Nos gusta el látex en el colchón. ¿Encima? Eso no es asunto suyo.

El vendedor indica el colchón apropiado con un gesto florido, y nos invita a acostarnos. Así, en público. Ahí empieza el momento surrealista de la compra. Los dos tumbados en medio de la tienda de muebles, formalitos, Esposa Indigna aún agarrando el bolso, bajo la mirada benevolente del vendedor. Os imagináis la escena, una pareja acostada y un señor en traje y corbata chillona que los contempla y les pregunta junto a la cama: -« ¿Qué tal? » y les dice cosas como -« Gire, señora, acuéstese de lado, a ver qué le parece » y -« Señor, muévase un poco, a ver si la señora lo nota ». Suspiro. Esposa Indigna, con un dolor de pies atroz y una pila enorme de trabajos por corregir, abandona toda dignidad y se muerde la lengua para no decirle al vendedor que vaya a atender a otros clientes y la despierte dentro de cuarenta y cinco minutos. Demasiado tarde: Monsieur M., eficaz y maratoniano, ya se ha levantado y está informándose de los materiales de fabricación -petroquímicos o no, ignífugos o no, hipoalergénicos o no-. Esposa Indigna los mira mientras hablan, aún tumbada. Monsieur M. se informa de la altura de colchón y somier disponibles. Él parece dispuesto a vengarse de trece años de acostarse a ras de suelo comprando una cama a la que Esposa Indigna tendrá que trepar con una escalerilla. Dos parejas pasan y miran la escena. O la cama. Esposa Indigna les saluda con la manita, aparta el bolso y se acomoda de lado, el codo bajo la almohada -ergonómica-, en su postura preferida, lista para la inconsciencia. Mientras cierra los ojos, en medio de una bruma de fatiga, oye decir al vendedor: -« Llévese el somier de 57 centímetros. Es más majestuoso. »

viernes, 18 de mayo de 2012

Mudanza

Bloguera Innoble empaqueta su vida entera en cajas de cartón para la mudanza. Suena el teléfono. Es su amiga Ed.

Ed: -« Hola, mujer, ¿cómo estás? »
Bloguera Innoble: -« Buf. » Se deja caer en el suelo. -« Hecha polvo. Llevamos dos semanas empaquetando todo en cajas y ni siquiera hemos hecho la mitad de todo lo que tenemos que hacer. Es increíble la de porquería que se acumula en trece años. Nos mudamos a principios de junio y nunca estaremos listos a tiempo. »
Ed: -« Ese ruido... ¿te has caído? »
Bloguera Innoble: -« No. Me he desplomado debajo de la mesa del comedor. Voluntariamente. Estaba empaquetando vajilla. Creo que nunca más compraré un plato en mi vida. Ni vasos. Ni tazas. Ni ropa. Si te propongo ir de compras, pégame hasta que se me pasen las ganas. »
Ed: -« Jijiji. Veo que tú también estás eliminando el apego.»
Bloguera Innoble: -« No me hables de eliminar el apego. Su Zenitud no para de sermonearme sobre la eliminación del apego. Mi apego a los zapatos y a los trapitos parece irritarle, particularmente cuando le toca cargar cajas llenas al sótano. "Trabaja el apego", dice. "Trabaja y cállate", le gruño. Si seguimos así, cuando terminemos la mudanza uno de los dos va a tener que mudarse de nuevo. »
Ed: -« Mujer, tampoco será para tanto. Imagino que como Monsieur M. es tan zen, tan desapegado, tan sobrio---»
Bloguera Innoble la interrumpe: -« ¡Ja! ¡Y un rábano! Monsieur M. gruñe cuando le toca arrastrar mis treinta cajas de libros, pero no dice nada de todas sus herramientas de ebanistería, sus cuarenta docenas de gubias, sus cien modelos de sierras, su montaña de tablas, bloques de madera y otros "materiales potenciales". Él también tiene sus apegos, guapa. Y sus apegos ocupan incluso más que los míos.»
Ed: -« Uhm, ya, pero treinta cajas de libros... wow.»
Bloguera Innoble, incómoda: -« Material para traducir. Y para dar clases. Ya sabes. Diccionarios. El de la Real Academia, el Panhispánico de dudas, el María Moliner. El Petit Robert. El Larousse. El "Diccionario de tacos, palabrotas, juramentos y vocablos soeces en francés quebequés barriobajero". »
Ed, prudente: -« Claro. »
Bloguera Innoble prosigue, lanzada: -« El "Multidictionnaire de la langue française", de Villers. Manuales de tipografía. "Tipografía del castellano". "Tipografía y cocina macrobiótica". Y gramáticas. Muchas gramáticas. La "Gramática didáctica de la lengua española".  "Gramática sádica de ELE". Y libros de pedagogía: "Cómo estimular la producción oral en clase de español lengua extranjera: cuarenta temas absurdos de conversación". "Fonética y electroshock: cómo evitar la fosilización de errores". »
Ed, comprensiva: -« Ya veo. Todo muy necesario.»
Bloguera Innoble: -« Bueno, alguna novela ya hay, claro. Ajem. No todo va a ser trabajar. »
Ed, amable, con un punto de ironía: -« Todo clásicos de la literatura, conociéndote...»
Bloguera Innoble, aún tumbada en el suelo bajo la mesa, juega con un pedazo de plástico de burbujas para embalar: -« Euh, también hay bazofia, para qué engañarte. Yo que pasé la veintena leyendo clásicos del diecinueve y viendo películas de Bergman, ahora me doy cuenta de que mi biblioteca se compone principalmente de novelas policiacas, libros de cocina y literatura juvenil cutre en inglés. Y mi videoteca es deprimente: algo de Woody Allen, sí, algo de Hitchcock, pero el resto... todas las temporadas de "True Blood" y las pelis de Harry Potter. Qué mala es la edad, Ed. No sólo se ablandan los glúteos, el cerebro también se reblandece.»
Ed, siempre fiel: -« Nonono. Eso es mantenerse al día, joven, siempre al tanto de lo que ocurre en la cultura popular. »
Bloguera Innoble, escéptica: -« Eso es degeneración neuronal. Mudarse es terrible. Es como al morir, tu vida pasa delante de tus ojos metida en cajas. Es un cochino examen de conciencia empaquetado en cartón. Por cierto, tengo dos libros tuyos. »
Ed: -« Yo también tengo un libro tuyo. »
Bloguera Innoble: -« ¿Ah, sí? No me acordaba. ¿Cuál? »
Ed: -« "Tener o ser", de Fromm. »
Bloguera Innoble: -« Nos ha jodido. » « En serio, Ed, estoy agotada. »
Ed: -« Piensa en el campo. Beatus ille, y todo eso. En despertarte con el canto de los pájaros en Muffin Manor, rodeada de liebres y cervatillos. Rollo Blancanieves. »
Bloguera Innoble: -« Eso espero. Porque si después de todo este trabajo resulta ser rollo "Deliverance", me pego un tiro. Y Monsieur M. ya ha cambiado el coche por un pickup. Te apuesto algo a que en seis meses ya sólo escucho country. »
Ed: -« Siempre puedes ver lo de la mudanza como una forma de empezar de nuevo. Deshacerte de lo superfluo. Aprender de tus errores y hacer propósito de enmienda. »
Bloguera Innoble, más animada: -«¡Ya lo creo! Oye, ¿qué haces mañana después del curro? »
Ed: -« Pues estoy libre. ¿Qué sugieres? »
Bloguera Innoble: -« ¿Vamos de compras? »


viernes, 4 de mayo de 2012

Lujuria inmobiliaria: un post sin receta.

La barraca montrealesa is no more. No, no se ha hundido. Durante todos estos años de reformas incesantes, de vivir en ménage à trois con Jules, su obrero preferido, finalmente Monsieur M. y Bloguera Infame la han vendido. Toda ella. Con su cocina que ha visto pasar tantas tartas, galletas y muffins, con sus matas de frambuesas en el patio trasero, con su marmota en el parterre, con sus cienpiés mutantes. Es un hecho consumado: Monsieur M. y Bloguera Infame son oficialmente inquilinos de su antigua casa. Están tan contentos que saliendo del notario casi les han dado ganas de llamar a los nuevos propietarios para quejarse del grifo que gotea, o de lo que sea.

Esta venta ante notario ha sido el colofón a un mes bastante infernal, con muchos cambios. Uno de ellos ha sido la decisión de comprar una casa, en lugar de construirla. Este cambio de planes se produjo tras un proceso decisional largo y complejo, lleno de reflexión, de madurez y de intercambio de ideas constructivo, como es normal en una pareja moderna y evolucionada como la de Monsieur M. y su legítima. Básicamente se puede resumir así:  a la legítima no le apetecía un cuerno pasar varios meses alojada en una tienda de campaña con vistas a un agujero lodoso, así que un día que estaba desarrugándose una camisa con la vaporeta (lo de planchar siempre ha sido la especialidad de Monsieur M., pero desde que se compraron una vaporeta está emocionadísima y la utiliza para todo: desarrugar camisas, limpiar la tapicería del sofá, alisarse el pelo, espantar a los gatos, escalfar huevos) se dejó llevar por el entusiasmo y se hizo un par de dedos al vapor (no engordan nada), soltó un par de gritos y ya aprovechando el momento se precipitó a encadenar un -« Ay-ouch-uy-te-lo-advierto-majete-si-no-compramos-una-casa-hecha-es-muy-posible-que-nunca-más-tengas-una-vida-sexual ». Y funcionó. Porque Monsieur M. será un loco de la arquitectura y del bricolaje, pero no está loco. Y sabe establecer sus prioridades.  Bloguera Infame siguió desarrugando mucho más relajada y se puso manos a la obra con las bragas y los calcetines (a ver, ella ha denostado toda la vida a su Santa Madre  por su manía de planchar hasta la ropa interior y las sábanas, pero eso era antes de tener una vaporeta). Él siguió ejecutando la receta del momento.

Las semanas que siguieron se entregaron en cuerpo y alma al shopping inmobiliario. Monsieur M. pasaba horas seleccionando chozas y elaborando complicados y razonables cuadros comparativos en Excel, Bloguera Infame comía chocolatinas y corregía. De vez en cuando embarcaban en el coche (en el que ella seguía corrigiendo y comiendo chocolatinas) y Monsieur M. la llevaba a visitar casas. Cuantas más casas visitaba, más le entraba la lujuria inmobiliaria: cada mañana, antes de sentarse a preparar las clases de educación más o menos superior que da, se atizaba una dosis de porno inmobiliario. Lo llama así porque las casas que veía en los sitios de las agencias eran chabolas que ellos no podrían permitirse ni vendiendo un par de órganos cada uno. Una vez estimulada convenientemente, se ponía a mirar las que entraban en su margen de precios. La ventaja de empezar por las casas de precios exorbitantes es que luego cuando imaginaba la hipoteca que le iba a caer le daba un poco menos de vértigo. Es que ella lo más caro que ha comprado en su vida es una vaporeta. Y va estupenda, pero la pagó al contado. Nada de módicos plazos.

Y al fin la encontraron. Tras incontables visitas en las que Bloguera Infame miraba al horizonte e intentaba imaginarse en su despacho, preparando clases magistrales y escribiendo la novela que revolucionará el mundo de la literatura prescindible, mirando por la ventana una puesta de sol en los bosques de los Laurentides y oliendo los efluvios de pino, y en las que  Monsieur M. se paseaba por el terreno intentando distinguir los efluvios del pozo negro, encontraron la casita de sus sueños: un cottage de madera, de color marrón con marcos de ventanas blancos, con su porche y su bosque detrás, sus ciervos, sus mapaches, sus liebres y no lejos de la estación de tren que permitirá que Bloguera Infame pueda seguir yendo a Montreal a castellanizar a decenas de jóvenes ávidos de aprender, y así pagar la hipoteca en cómodas mensualidades.

Ella ya se imagina a Monsieur M. en pantalón de peto, con sombrero de fieltro y una horca en la mano, cual Michael Landon quebequés (pero sin el peinado hortera y la ideología ultrareligiosa), cultivando verduritas orgánicas. Él probablemente se imagina monopolizando el garaje con toda su maquinaria de carpintería y conduciendo una ranchera (Bloguera Infame lo ha sorprendido dándose al porno automotor, mirando sitios de concesionarios). Hasta están mirando muebles. Con poco éxito, por el momento. Parece que Bloguera Infame tiene grandes problemas de estilo. Ella le insiste al vendedor: -«Campestre. Ana de las Tejas Verdes. Tarta de manzana y mermelada casera.» Y el vendedor persiste en mostrarle: rococó, Luis XV, dorados y cueros, Marqués de Sade. Precisamente hoy ha visto una cama tapizada de cuero acolchado que era un cruce entre la herramienta de trabajo de una institutriz de disciplina inglesa y una celda de manicomio.

Sólo les queda firmar el acta de compra, empaquetar un sinfín de enseres absurdos para la mudanza y buscarle un nombre a la nueva casita. Bye bye, barraca montrealesa. Bonjour, Muffin Manor.



miércoles, 7 de marzo de 2012

Las recetas del Ejecutor: Aloo Gobi viril


Esposa Inicua no sabe muy bien cómo ha sucedido, pero mientras busca un pelador en la cocina montrealesa se da cuenta de que ya no encuentra nada. Normalmente esto pasaba sólo cuando recibía la visita de su Santa Madre, pero hace ya tiempo que no ha venido a verla. Esposa Inicua no tiene más remedio que admitirlo: Monsieur M. ha tomado el control de la cocina montrealesa. Su relación de pareja ya no es tanto monta, monta tanto, unas claras a punto de nieve, o una nata con fresas, no. Ahora el que hace lo que se le pone en los fogones es Monsieur M.

¿Cuándo ha ocurrido? ¿Cómo han llegado las cosas a este punto? Desde hace más de un mes los roles se han invertido: no, Monsieur M. no se dedica ahora a ponerse braguitas y sujetadores y a escribir novelas por entregas que revolucionarán el mundo de la gastro-ficción. No, Esposa Inicua no se ha vuelto zen, ni medita, ni ha eliminado el apego. Lo que ha sucedido es que, por esos azares del destino, ahora es Esposa Inicua la que sale todos los días a ganar el pan, o en este caso los garbanzos, y Monsieur M. el que pasa una buena parte de su tiempo en la barraca montrealesa. Y como la vuelta al trabajo después de la merde ha sido rápida e intensiva (como los lectores del blog habrán constatado ya), ella no tiene tiempo para nada. Literalmente. Y mucho menos para cocinar.

Tras tres semanas desesperanzadoras de llegar a casa y comprobar que Monsieur M., a pesar de ser un hombretón quebequés profundamente feminista, no se ha detenido a pensar que la cena no se prepara sola, y muchos, pero que muchos bocadillos, Esposa Inicua se derrumba una noche en la mesa del comedor.

Esposa Inicua, reprimiendo un sollozo a la vista del bocata de queso y jamón cocido: -« Uhm.» Carraspea. - «M., mon gros chevreuil, ¿qué has hecho hoy?», empieza con cautela.

Monsieur M., mordiendo el bocadillo con ganas (y es que mi nórdico marido podría comer pan y queso todos los días de su vida, tres veces al día, y ser perfectamente feliz... hasta que muriera de escorbuto): -«Planos.» (¿He mencionado ya que aparte de grande, fuerte y zen, Monsieur M. es parco en palabras? ¿Mucho?) Mastica con entusiasmo.

Aquí debería explicar que entre todas las novedades acaecidas en la cabaña montrealesa, aparte del desalojo de toda célula cancerosa sin permiso de residencia en el cuerpo serrano de Esposa Inicua y su posterior vuelta  a la vida docente y la repentina domesticidad de Monsieur M., la novedad que más nos ocupa últimamente es el proyecto de emigrar al campo. Hace ya mucho tiempo que le damos vueltas, pero esta vez, increíblemente cansados de las reformas que no se terminan jamás, parece que nos lanzamos. Y el que va a diseñar y construir la nueva barraca (que ya no será la barraca montrealesa, sino la barraca del bosque), con esas manazas y su tricotosa (bueno, y una excavadora), va a ser Monsieur M. Así que se ha lanzado a dibujar planos con pasión, y todos los días bombardea con preguntas a Esposa Inicua, que prepara clases y exámenes y corrige trabajos con furia, y le responde sin prestar demasiada atención. Como a veces las preguntas son del estilo: -«Oye, mon p'tit loup, ¿dónde quieres que ponga la entrada al pasaje secreto? ¿en la biblioteca o en la despensa?», Esposa Inicua empieza a tener miedo de haber dado su consentimiento para construir un helipuerto y un réplica de las pirámides de Egipto a escala, o algo así. Por no hablar de que a ella el proceso de la construcción en sí le apetece tanto como que le desvitalicen las muelas del juicio a bofetadas.

Ella ha vivido muchos años de su vida en el mismo sitio, y las mudanzas, ese deporte nacional quebequés, ya le parecen traumáticas. Imaginad lo que le parece trabajar como una mula y volver a casa... uy, no, a casa no, porque la habrá vendido, volver a una tienda de campaña con vistas al cráter de los cimientos de su futuro hogar. Estos días Esposa Inicua tiene a menudo la misma pesadilla: se pasea bajo la lluvia (en la pesadilla siempre llueve) en torno a un agujero gigantesco, rodeado de hormigoneras (paradas) y palas mecánicas (paradas), con la lluvia torrencial todo es un lodazal. Ella lleva en una mano una percha con una camisa -aún- blanca, y una plancha en la otra, y busca con desasosiego un enchufe, haciendo muchos esfuerzos por no manchar la camisa de barro. Va a llegar tarde a la universidad, piensa preocupada. En el sueño Monsieur M. sale de la tienda de campaña imposiblemente limpio y descansado y le desea los buenos días con una jovialidad que le da ganas de acogotarlo a golpes de plancha. Y le recuerda sonriente que no hay electricidad. Esposa Inicua no necesita un psicoanalista que le ayude a interpretar la pesadilla, y muestra un entusiasmo, euh, moderado por el proyecto de construcción. Lo que realmente le gustaría es que existiera una versión más rápida y menos molesta de casa prefabricada: una casa hinchable. Envías el plano, recibes tu casa y en un cuarto de hora está inflada y lista para colocar las cortinas. Alehop.

Esposa Inicua siente que toca fondo. A la fatiga radioactiva acumulada que ha ido arrastrando (porque no descansó mucho después de su radiofritura), la cantidad de trabajo que tiene y el exceso de bocadillos, se añade el estrés de la construcción en ciernes. No sabe si ponerse a llorar o a chillarle a su marido de una manera muy poco razonable, así que opta por lo único lógico en estos casos: se va a la cocina a cortarse un tomate (esta mañana ha dejado una tonelada de pelo en el lavabo y quiere intentar paliar la avitaminosis producida por los bocatas conyugales).

A la vuelta ha recuperado el dominio de sí misma y es capaz de hablar a Monsieur M. con algo parecido a la cordura: -«Mon ours brun d'amour: no te lo tomes a mal, sé que estás haciendo los planos por nosotros y que nos ahorramos una pasta en arquitecto, pero ya no quedan calcetines limpios, llevamos una semana cenando bocadillos y la nevera es un desierto. Si no como algo de origen vegetal mañana sin falta, creo que puedes ahorrarte el cuarto de baño en la nueva casa: no seré capaz de usarlo nunca más. Y créeme: NO quieres vivir con una mujer que sufre por carencia de fibra.»

Monsieur M. no se enfada. Al contrario, la mira con una mezcla de empatía y alarma.

-«Mira», prosigue Esposa Inicua, «cuando yo estaba escribiendo la tesina que un día revolucionaría el mundo de la lingüística no lo hacía todo en casa, pero como yo pasaba más tiempo aquí intentaba aligerar un poco tu parte. Voy a necesitar que hagas lo mismo.»

Monsieur M., lleno de buena voluntad (y de pan), se apresura a decir que las cosas cambiarán. Que ve que Esposa Indigna tiene cara de cansancio (es un eufemismo, ella está pensando en exigir a la universidad que le financie el Botox) y que a partir de ahora va a intentar ser mejor amo de casa. Dentro de sus capacidades.

Esposa Inicua no lo sabía en ese momento, pero ahí fue cuando Monsieur M. se propuso darle una "dispensa" total de curro doméstico hasta nueva orden. Cumplió lo prometido. Y más. Al día siguiente desvalijó la sección de frutas y verduras del supermercado. Ahora lo hace todo: va a la compra, pasa la aspiradora, hace los baños, pasa la fregona, lava, encoge las camisetas, plancha, friega cazuelas requemadas, llena y vacía lavavajillas... hasta ahí es normal, cuando Monsieur M. y Esposa Inicua se repartían el curro casero de manera equitativa hacía muchas de esas cosas, alternando según se hartara de hacer lo mismo. Pero ahora lo hace TODO. Y casi todo mejor que ella. Cuando Esposa Inicua vuelve de la universidad se encuentra con él silbando mientras pasa la mopa, con ese delantal que dice "Kiss the cook" puesto, y la recibe con frases como: -«Hola, mon oursin, la colada está hecha y planchada, la sopa está en el fuego y tienes justo el tiempo de ducharte antes de que saque el pastel de carne del horno.» Es como una maldita Martha Stewart con hipertrofia muscular.

Ahora COCINA. A ver, Monsieur M. sabe cocinar, vamos, sobrevive, pero nada muy complicado. Tiene tres especialidades que repite hasta la saciedad: salteado de verduras estilo chino, mejillones al vapor con vino blanco y pasta. Y bocadillos. Muchos bocadillos.  Pero ahora Esposa Inicua le da recetas y el tío ayer se curró unos linguine alla vongole (linguini à la mongole, bromeó él, siempre tan poco políticamente correcto) sólo porque ella dijo que hacía milenios que no comía almejas (y previamente fue a la pescadería a buscarlas, claro). Monsieur M. le ha dejado bien claro a su Esposa Inicua que a él no le emociona en absoluto lo de ponerse a buscar recetas en internet, y hojear revistas y libros, como a ella. A él todo eso le parece un soberano fastidio. Lo que exige cuando suelta un -«¿Hoy qué hago?» es una receta clara y sin florituras, receta que ataca con una concentración de cirujano, con una determinación de bulldog, con un ritmo constante de tanque aplastando líneas enemigas, y que ejecuta bastante bien. Por eso ahora Esposa Inicua lo llama El Ejecutor.

Ha nacido un héroe.


Esta receta,  una de las favoritas de la cocina montrealesa, ha sido creada (basándose en el clásico indio) y fotografiada por Esposa Inicua, y ejecutada por El Ejecutor, ese superhéroe de la cazuela. Y estaba muy rica, oyes. Reciba desde aquí mi más sentido homenaje.

ALOO GOBI VIRIL (CURRY DE COLIFLOR)

INGREDIENTES
  • 1 cebolla mediana picada
  • 1/2 coliflor cortada en ramos
  • 4 patatas medianas peladas y cortadas en dados
  • 1/2 calabaza (la variedad butternut o buttercup va muy bien), o 400gr. de cualquier calabaza pelada y cortada en cubos
  • 1 manzana grande, pelada y cortada en dados
  • 1 o 2 tomates bien maduros, cortados en dados
  • 1 pedazo de jengibre fresco de la talla de tu pulgar (el curry de Monsieur M. estaba un poco pasado de rosca en jengibre, porque él tiene pulgares del tamaño de berenjenas, aunque a él le gusta excederse en el jengibre desde que se enteró que era anticáncer... ha decidido acabar con posibles futuras células malvadas o con mi mucosa intestinal, una de dos). El jengibre puede ser rallado o picado muy fino, a vuestro gusto. Yo lo prefiero rallado.
  • 1 ramito de cilantro fresco bien picadito
  • 1 cucharada de té (o sopera, si os va la marcha) de pasta de curry Patak's suave. Si no podéis encontrar pasta de curry en vuestro supermercado, dos cucharadas soperas de curry en polvo y la punta de una guindilla (o chile) picadita pueden remplazarla
  • 1 cucharada de té de semillas molidas de mostaza negra (si no encontráis, el curry también sale rico sin ellas)
  • 1 cucharada de té de comino molido
  • 1 cucharada de té de cúrcuma
  • sal y pimienta negra (recién molida)
  • aceite vegetal con sabor neutro (girasol, maíz, colza...)
(Nota: si no tenéis acceso fácil a ingredientes como el jengibre fresco y el cilantro, podéis sustituirlos por una cucharada sopera de cada especia en polvo, aunque el resultado siempre es mejor con ingredientes frescos)

ELABORACIÓN

Sofreír la cebolla en un chorrillo de aceite, a fuego medio-vigoroso. Cuando la cebolla empiece a ponerse transparente, añadir el jengibre (si utilizáis el curry en polvo y la guindilla, es el momento de incorporar la guindilla) y sofreírlo todo junto un momento. Bajar un poco el fuego y sofreír las especias: la pasta de curry (hasta que impregne bien la cebolla), la mostaza negra molida, el comino, la cúrcuma, y la mitad del cilantro picado. Cocinar de cinco a diez minutillos, hasta que veáis que la mezcla de especias adquiere un color dorado (cuidado con no quemarla, las especias cambiarían rápidamente de sabor) y la cebolla se ha ablandado. Incorporar el tomate y sofreírlo. Continuar con la manzana en dados, darle unas vueltas para envolverla bien de curry. Echar los cubos de calabaza, las patatas y la coliflor. Revolver con fuerza masculina (o femenina, depende). Cuando todo esté bien coloreado de especias, salpimentar al gusto y verter en la cazuela una taza y media o dos de agua, depende de si os gusta un resultado más caldoso o menos. Darle una vuelta más para que la mezcla sea homogénea.
A estas alturas todo el vecindario ya sabrá que estáis haciendo curry, así que por qué no hacer las cosas a fondo y poner música de Bollywood a toda castaña.
Cuando rompa a hervir, bajar un poco más el fuego, tapar y dejar que se haga hasta que la calabaza y las patatas estén hechas, unos 20 minutos más o menos. Vigilarlo durante la cocción para que no se seque ni se pegue (añadir agua si es necesario). Probar de sal, y decorar con el resto del cilantro picado antes de servir. Podéis poner unas rodajas de limón en el plato y servir con unos garbanzos chana masala, si os apetece. El Ejecutor lo hizo.  El tío.


lunes, 5 de marzo de 2012

Respect (just a little bit)


La autora del Sirope interrumpe momentáneamente su pausa por motivos académicos para hacer algo contra su costumbre : por una vez, y sin que sirva de precedente, se va a lanzar a escribir algo que roza vagamente el post con ánimo militante. No tanto por motivos personales como por un hartón acumulativo de las cosas que oye y lee en la distancia sobre estos tiempos de crisis en España: puestos de trabajo sin sueldo, « becas » no remuneradas (!!!), supuestas prácticas sin compensación económica...  Con la vaga esperanza de que sea una llamada (más) a la indignación, de que alguien que lo lea se anime a hacer lo mismo, cansado de ver cada vez más a menudo lo intolerable transformado en normalidad. O de que al menos le siente bien leer que alguien lo ha hecho.
La bloguera de las ficciones culinarias os cuenta la historieta (verídica y sin receta): hace unos días recibió en el buzón del blog algo que tenía todo el aspecto de una oferta seria de una revista cultural en línea (de la que no publica el nombre por recato, pero debería) para colaborar publicando algo en su nueva sección gastronómica. Tras echar un vistazo a la revista en cuestión, la autora del Sirope hace las preguntas de rigor: contenido, frecuencia de publicación y remuneración, claro. Le responden con un correo que de puro jeta la escandaliza: no pagan, pero, oye, le pueden dar entradas de cine e invitaciones, y qué chachi-piruli la visibilidad que le ofrecen y algunos colaboradores hasta han obtenido contratos gracias a la dicha visibilidad. Como dice un bloguero amigo,  con visibilidad no se puede comprar nada en las panaderías. La que suscribe, cada vez más quemada de las cosas que amigos suyos le cuentan sobre la búsqueda de empleo en España, no ha podido contenerse. He aquí su respuesta:

« Buenas noches (al menos por este lado del Atlántico):

Gracias por la pronta respuesta. Quizá sea por la cantidad de tiempo que llevo viviendo fuera de España, o quizá sea por una simple cuestión de respeto a mí misma, tengo que decir que este tipo de ofertas (no es la primera que recibo) nunca dejará de asombrarme y de, por qué negarlo, ofender mi sentido de la dignidad más elemental. Si este correo lo hubiera recibido un canadiense, no se hubiera molestado en responder. O lo hubiera hecho con una carcajada.

Cuando quiero hacer voluntariado (y de vez en cuando lo hago), me gusta que el que recibe los beneficios de mi trabajo gratuito (esa es la definición de voluntariado) sea una organización o colectivo con fines altruistas y sin ánimo de lucro. Hacer trabajo gratuito para que el dueño de una revista utilice mi contenido y gane dinero con él sin ofrecerme nada a cambio me parece absurdo. Sobre todo porque nunca he escrito por la visibilidad, que francamente me importa un pimiento. Me da exactamente igual que me lean dos personas o dos mil. Digamos que ya escribo gratis, así que prefiero seguir haciéndolo manteniendo el control de mi publicación. Afortunadamente tengo un buen trabajo que me permite ganarme la vida, pero quizá por eso mismo, porque tengo una independencia económica asegurada, me apetecía responderle. Por todos los que viven en España y andan desesperados por encontrar un trabajo y se aferran a ofertas como la suya y se dejan explotar pensando que quizá sea un camino hacia el ansiado empleo. Mantengo contacto con muchos amigos españoles y cada vez me indigna más ver cómo muchos empresarios se aprovechan del clima de miedo imperante. Esto no es una cuestión de dinero: como decía al principio, es una cuestión de dignidad.

No se tome a mal mi mensaje, no es
nada personal. Sé que usted sólo estaba haciendo su trabajo. Por el que espero que la paguen. »

lunes, 23 de enero de 2012

Pausa por motivos académicos


Yo adoro escribir (y cocinar), chicos. De verdad. Pero tengo demasiado trabajo intentando introducir una pizca de subversión en la educación más o menos superior de mis estudiantes. Y de paso enseñarles un castellano decente. Ya siento dejaros plantados unas semanas, pero tampoco mucho, no creáis. Porque dar clases me gusta tanto como escribir. Y encima me pagan por ello. 

En cuanto pueda respirar, vuelvo a las andadas.